Espectáculos
El Penta, la resistencia de Malasaña
Los bares de este céntrico barrio tienen que lidiar con muchas presiones. No todos sobreviven.
Los bares de este céntrico barrio tienen que lidiar con muchas presiones. No todos sobreviven.
El Pentagrama lleva 40 años reinando en el corazón de Malasaña. Este mítico bar ha visto bailar cada noche a la juventud del momento entre sus cuatro paredes, que rezuman historia. La barra del Penta ha sujetado los codos de jóvenes soñadores, apasionados por la música, y que a pesar del paso de las generaciones, siempre han compartido una cosa: las ganas de pasarlo bien.
Hoy, Malasaña sigue siendo un barrio de referencia en la noche madrileña. Sin embargo ha cambiado bastante desde que el Penta abrió sus puertas. La época que más alimenta el relato romántico del barrio es, sin duda, La Movida. Este movimiento social que tanto aportó al gremio musical – entre otros– se fraguó y disfrutó en las calles y los bares del barrio. Alguno de los jóvenes que por entonces acudían a escuchar el último vinilo de The Clash, son hoy iconos de esa época. Alaska, los Nacha Pop, Antonio Vega, los Secretos y la interminable lista de artistas que nos han dejado un potente capital musical a las siguientes generaciones. Eran en esos años jóvenes trasnochados con muchas ganas de vivir. No se perdían una noche en el Penta.
La Movida y la presencia de aquellos virtuosos aún se respira en el local. Las paredes están llenas de entradas a conciertos de Loquillo y los Trogloditas, los Rolling Stones, fiestas en el Rock-Ola, instantáneas de aquellas incipientes leyendas... y lo más importante, siguen pinchando música de calidad. Algo que ya no es tan común en Madrid.
La música no es lo único que ha cambiado en el barrio de Malasaña. Juanma, propietario del Penta desde 1995, cuenta que echa de menos a alguno de los compañeros de oficio de esos tiempos. Muchos bares míticos han ido desapareciendo, han sido reemplazados, o se han convertido en una tienda de alimentación. Son valientes los que aguantan, y es que el contexto no lo pone fácil.
Juanma asegura a este periódico que las presiones son muchas. Desde aquella época de estallido de libertades a hoy, la legislación y su aplicación estricta, ha aumentado mucho.
Los ruidos se han convertido en un serio problema y causa de persecución. Los bares como el Penta han llevado a cabo reformas en sus locales para insonorizarlos, y así paliar este motivo de conflicto con los vecinos, que tienen derecho a descansar, y estos locales a los que acude la juventud a olvidarse de sus mundanas vidas por un rato. Aún así, las multas no han cesado y los horarios no han dejado de restringirse. A pesar de esta escalada, Juanma advierte que rara vez han recibido una queja o una denuncia directa de un vecino.
Ahora mismo, los bares de copas de esa zona tienen que cerrar a las tres y media de la mañana, requisito que se cumple a rajatabla. El problema es que este horario casa difícilmente con las costumbres españolas actuales. Juanma explica que ahora «la gente se va a cenar sobre las once y hasta las dos de la mañana no viene a tomarse una cerveza o una copa». Lógicamente, con una hora y media de servicio, es difícil hacer caja para mantener a una PYME «que es lo que somos los bares de este barrio», recalca el propietario del Penta, que es también presidente de la asociación de hosteleros de Malasaña (AHM). Según cuenta, esta estricta aplicación de los horarios ha afectado gravemente a otras zonas de bares. Concretamente, los bajos de Aurrerá, en el barrio de Gaztambide, han notado mucho estos impedimentos.
A modo esperanzador, el propietario advierte que la dureza de esta aplicación va por rachas, y que bares con trayectoria como el Penta, de momento, pueden resistir. Aunque admite que «han llegado a verle las orejas al lobo, y nos hemos tenido que sentar a hacer números».
La culpa fue del WhatsApp
Los bares han sido siempre un punto neurálgico del barrio. Y como todo en esta vida, evolucionan con el paso del tiempo, adaptándose a las nuevas realidades. En cuanto a esto, el dueño del Penta lo tiene claro: «Echo de menos cuando no había móviles». Según él, por su culpa se sale menos de manera improvisada, «antes bajabas al bar para encontrarte con tus colegas, ahora les escribes por el whatsapp, y si ellos no salen, tú tampoco», sentencia. Eso hace que se conozca menos gente nueva. El bar ha perdido ese rol tan importante que tenía. Era el lugar donde hacer nuevos amigos y conocer música diferente. «Ahora buscas la canción que quieres oír y no la aguantas ni entera», apostilla Juanma. «Yo cuando era joven no tenía dinero para comprarme el vinilo que quería de Nick Lowe, así que me bajaba al Penta, dónde lo pinchaban, y, de paso, conocía a otros grupos, como Graham Parker. Al principio no me gustaba nada y, a la fuerza, ahora me encanta».
En la misma línea nostálgica, añade que echa de menos la libertad que había en las décadas de los 80 y 90. A pesar de reconocer que se ha visto reducida, y que eso se nota en el barrio, los jóvenes siguen acudiendo con ansias de disfrutar y pasarlo bien.
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