Patrimonio
La lucha del último heredero de telares
Livinio Stuyck explica por qué tiene derecho a quedarse en la casa de la Real Fábrica de Tapices, de donde el Ministerio de Cultura quiere echarle.
Livinio Stuyck explica por qué tiene derecho a quedarse en la casa de la Real Fábrica de Tapices, de donde el Ministerio de Cultura quiere echarle.
Han aguantado todo tipo de embates a lo largo de 300 años: invasión napoleónica, dos repúblicas, una guerra civil y el exilio en el extranjero durante la misma, pero es ahora cuando el prestigio de los Stuyck se tambalea de la forma más injusta. Porque lo que en el fondo duele a esta familia, cuyos antepasados trajeron a España la Real Fábrica de Tapices a instancias de Felipe V en 1721, es la falta de reconocimiento al esfuerzo que han venido haciendo durante tres siglos por anteponer la conservación de este patrimonio a sus intereses particulares y que ahora se pretenda ensuciar la imagen de nueve generaciones tachando de «okupa» a Livinio Stuyck, último descendiente de esta histórica familia, simplemente por no querer irse de la que es su casa. «Así terminan 300 años de historia. Triste ¿no?», explica su hija Bárbara Stuyck. Es su casa porque así lo demuestran decenas de documentos a los que el Ministerio de Cultura parece que no ha querido echar un simple vistazo y que, posiblemente, tengan que reconocer en sede judicial. Los Stuyck están tan convencidos de que no se van a ir del domicilio familiar de la calle Fuenterrabía, 2 que no tienen problemas en mostrar todos los recibos de suministros pagados. Hay que remontarse a 1889 para ver el primer contrato de la Fábrica Nacional de Tapices con Real Patrimonio por el que se reconoce el uso de la vivienda adjunta a la fábrica (primer y segundo piso) para la familia, por lo que el documento cuenta con dos disposiciones bien diferenciadas (fábrica y vivienda). Pero para entender mejor esta historia hay que hacer referencia a tres claras fechas más contemporáneas.
Es en 1996 cuando Livinio Stuyck decide crear una fundación dados los malos tiempos que corrían para el negocio. Lo hizo con la intención de conservar el delicado y exclusivo arte de los nudos importado de Amberes por sus antepasados, además de todo el patrimonio de tapices que alberga la Fábrica. No fue una decisión fácil. «Mi hijo Gabino se quedó algo cortado cuando le expliqué por qué él ya no iba seguir la saga». Y es que, desde 1756 los Stuyck se han llamado Livinio y Gabino de forma alterna hasta hoy. Fue entonces cuando este último Livinio, un hombre hoy de 71 años, donó todos los bienes para la creación de la Fundación. «Telares, lanas, clientes... se valoró en 403 millones de pesetas. También se dejó una deuda de 236 millones; y lo decimos porque no hay nada que ocultar, pero fueron 166 millones lo aportado en positivo», reconoce Bárbara. Junto a su padre, se convirtieron en patronos de la Fundación Real Fábrica de Tapices el Ayuntamiento de la capital, la Comunidad de Madrid y el Ministerio de Cultura, entre otros. Éste último es curiosamente quien ahora inicia esta cruzada contra la familia Stuyck, un talón de Aquiles que podrían «pagar» judicialmente ya que el Supremo establece que «quien actuó en un determinado sentido no puede en sede judicial efectuar un planteamiento contrario». Es decir, ellos fueron siempre conocedores y consentidores de que la familia vivía anexa a la fábrica. El presidente de la Fundación, José Luis Álvarez, nombró a María Dolores Asensi directora de la misma y poco después se decidió prescindir de la gestión de Livinio. Era el año 2002. Éste considera improcedente el despido y en el propio acto de conciliación se vuelve a reconocer que es independiente la vivienda y los suministros de ésta, a la Fábrica. Pero es en 2015 cuando se ponen feas las cosas, el momento en el que surgen los problemas serios. La gestión de Asensi dejó una deuda de 5,3 millones en la Fábrica, que entra en concurso de acreedores. «Mi padre lleva ya 15 años apartado de la gestión y ahora ¿él es el responsable?», se pregunta Bárbara, indignada.
Balances de gestión aparte, lo cierto es que Livinio sólo había cotizado los cinco años que pasaron desde que creó la fundación hasta que le despidieron. «Entregó prácticamente todo su patrimonio a la Fundación por lo que ahora se ve sin casa, sin bienes y con que le quieren echar de su propia casa», se quejan. La familia acepta que la Fábrica tome nuevos rumbos como el alquiler del espacio para distintos eventos (preferiblemente culturales) desde que Alejandro Kleker asumiera la dirección de la Fundación. Lo que no han entendido es por qué tienen que demostrarle que «tienen derecho a vivir aquí», como él ha reclamado. El Ministerio de Cultura ha iniciado así, a instancias de Kleker, el proceso de desahucio. «Lo tenían que haber hecho en 2006, cuando la Real Fábrica se convirtió BIC. Ahí tenían que haber iniciado al expropiación».
Y para quienes les acusan de «echarle morro», y demostrar que siguen pagando un alquiler (eso sí, de renta antigua) a pesar de no tener interlocutor, la familia asegura que ha ido depositando todas las mensualidades de los últimos cinco años ante notario. El año pasado recibieron la primera comunicación de la cartera que ahora dirige Íñigo Méndez de Vigo diciendo que no tenían derecho a vivir ahí. Se iniciaba así lo que se prevé una larga batalla judicial que puede prolongarse años. Pero los Stuyck están tranquilos: «Un contrato no termina si alguna de las partes no lo notifica. Y eso no ha ocurrido».
De los Vandergoten a los Stuyck
Eran principios del siglo XVIII cuando Jacobo Vandergoten, maestro tapicero flamenco, fue tentado por un intendente de Felipe V para que abandonara sus talleres en Amberes y viniera a Madrid para abastecer la demanda de decoración de los nuevos palacios. Su técnica estaba muy controlada, por lo que lo consideraron una traición y fue encarcelado en el castillo de Amberes, del que logró escapar y venir a España. El último Vardergoten (Cornelio) no tuvo descendencia e hizo venir a su sobrino Livinio Stuyck de Flandes para continuar la artesanal tradición de los tapices. Comienza así la saga de esta familia que ha estado al frente de la Fábrica durante 300 años y a la que los libros de la Real Fábrica no hacen mención, pasando de los Vandergoten (que tienen calle) hasta nuestros días.
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