Incendios

¿Seseña vuelve a respirar?

Los vecinos temen los tóxicos que ha dejado el incendio del vertedero de neumáticos: «Que reserven el terreno de las ruedas para enterrarnos», bromean.

Máquinas excavadoras trabajan en el verterdero de neumaticos de Seseña.
Máquinas excavadoras trabajan en el verterdero de neumaticos de Seseña.larazon

Los vecinos de El Quiñón recuerdan la angustia vivida y temen los tóxicos que ha dejado el incendio del vertedero de neumáticos: «Que reserven el terreno de las ruedas para enterrarnos», bromean.

«Los hay que se niegan a seguir con su vida diaria, que quieren continuar con el drama». Éstas son las palabras de Patricia, madre de dos niños y una vecina que, tras superar la pesadilla de vivir a la sombra de una enorme nube de humo negro, ha vuelto a la rutina con buen humor. Y es que ha pasado casi un mes desde que Seseña recibiera la fatal noticia: el cementerio de neumáticos ardía –algo que, en el fondo, todos sabían que pasaría algún día–. Desde entonces, familias completas han tenido que aprender a adaptarse a los efectos de un desastre y, sin embargo, Patricia y otros tantos vecinos de El Quiñón tratan el asunto con una paciencia admirable, entre la resignación y el optimismo, incluso con el humor más amargo. «Moriremos enfermos de cáncer dentro de cinco años, pero bueno», dice su tocaya y compañera de la Asociación de Madres y Padres del colegio del barrio. «Que reserven el terreno de las ruedas para enterrar a los vecinos de El Quiñón», añade Sara, también del AMPA.

Las madres son las primeras en remangarse para luchar contra lo que sea y, si es preciso, se convierten en expertas científicas a la fuerza. ¿Cómo si no estas mujeres me podrían hablar con normalidad de niveles de benceno en el aire? Como si saber qué es el benceno fuera lo natural, como si saber qué contaminantes tóxicos acechan tras el incendio fuera responsabilidad ineludible de una madre. Todas coinciden en una cosa: frente a la falta de interés demostrada por el alcalde de Seseña, destaca la labor impecable de los servicios de mantenimiento y limpieza, así como de Emergencias. Estas madres aseguran que, de no ser por los Bomberos –que, dicen, son los únicos que han hablado con los vecinos «en su idioma»–, aún seguirían tratando de entender la situación.

El pasado 13 de mayo, cuando no habían pasado ni 24 horas desde el inicio del fuego, el Ayuntamiento de Seseña publicaba en su web: «El Gobierno de Castilla-La Mancha ha decidido evacuar a los vecinos de la urbanización El Quiñón para evitar cualquier tipo de riesgo a la población», y saltaban todas las alarmas. Ocurre siempre que las circunstancias nos superan: los rumores se esparcen a una velocidad inversamente proporcional a la del fluir de la información veraz y, por consiguiente, acabamos entrando en pánico con simples chismes y poniendo en duda verdaderas noticias. «Muchos dejan de saber diferenciar entre lo que es mentira y lo que es verdad», afirma Antonio, uno de los afortunados que ha podido esperar la calma después de la tormenta desde la distancia, pues ha tenido donde alojarse hasta la declaración de la extinción completa del incendio. Por eso, aunque tranquilo, no duda en denunciar contundente lo que ha sufrido el barrio: «No creo que un vecino provocara el incendio como escarmiento. Esto ha sido el resultado de un problema político».

La misma tranquilidad irradiaban las madres que recordaron la cadena de llamadas que siguió al incendio y cómo la preocupación al no conseguir localizar a Gabi, que aquel día no tenía operativo el teléfono y fue la última en enterarse de lo ocurrido. Pronto, todas señalaron a Sara como la más adecuada para hablar –quizás porque es la que más fuerte mantiene cierta angustia en su semblanza– y ella, declarada por todas como «la más preocupada», quiso demostrar que su fama era merecida contando que incluso ha pagado por un análisis del agua de la piscina de su urbanización. «Antes éramos los de ‘‘El Pocero’’, ahora somos los de las ruedas», afirmaban con sarcástico orgullo.

Pero entones les pregunto por sus hijos, y ahí sí se pusieron serias. Y es que la confusión entre los adultos debe de transmitir a los niños una inseguridad mucho más angustiosa que todo el miedo que podamos pasar los adultos durante una crisis de este tipo. De hecho, las madres de los más pequeños aseguran que ellos temían a las llamas en lugar de al humo, creían que su casa ardería y que lo perderían todo. Por eso, a muchos les costó entender por qué no podían volver al colegio cuando el fuego parecía bajo control –y es normal, porque han sido diez días lectivos, que se han sumado a varios festivos, los que estos niños han tenido que pasar en su casa, sin saber qué hacer–. Así, todos han vuelto a las aulas con entusiasmo y las madres, muy tranquilas, pues aseguran que la limpieza de las instalaciones ha sido –y continúa siendo– exhaustiva: «Pasaron un paño incluso a los árboles», asegura una de ellas.