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Teatro

“Las princesas del Pacífico”: del bufón al melodrama

La obra se despide en el Teatro del Barrio después de siete años

Imagen de la obra "Las princesas del Pacífico" Teatro del barrio

«Las creamos hace dieciséis años, pero fue hace siete cuando a raíz de la ola de desahucios decidimos sacarlas otra vez a contar sus vidas», cuenta José Troncoso, su director. Así llegaron, casi sin hacer ruido, hasta convertiré en el éxito que son «Las princesas del Pacífico», que estarán hasta día 23 en el Teatro del Barrio, donde acaban su andadura. «La Estampida inició con ellas un viaje creativo en el que se fueron conformando poco a poco los personajes en función del discurso que queríamos contar, en una aparente improvisación muy bien planificada», explica.

El punto de partida son Agustina (Alicia Rodríguez) y Lidia (Belén Ponce de León), tía y sobrina, recluidas en casa sin más ventana al mundo que la televisión. Ahí se refugian para no ser dañadas. Viven enfrentándose como pueden a las miserias y avatares diarios, aplazando pagos y mirándose sin verse en esos programas que vomitan realidades aún más crudas que las suyas. Un día la suerte las premia con un fantástico crucero, pero el problema les surge al salir de casa, van a emprender un viaje físico y otro emocional. Se enfrentan a una sociedad incapaz de empatizar con ellas y su reducida visión del mundo adquiere nuevas dimensiones. Son seres duros y a la vez vulnerables, tiernos y grotescos, dos personas completamente excluidas de la sociedad.

Estas mujeres quieren salir de su mundo para acceder a otro y no se lo permiten, «quieren incorporarse a su manera, tienen el mismo sueño que los demás –prosigue el director–, porque también son víctimas de las necesidades que nos hacen creer que tenemos, como el lujo y la fantasía, pero se dan cuenta de que no están hechas para esa nueva realidad y la sociedad no acepta que dos seres deformes formen parte de su entorno». Son personas al límite, desprotegidas pero ilusionadas. «Parias, bufones de la sociedad, nos reímos de ellas y con ellas, pero el bufón tiene esa capacidad de ser el único que puede reírse del rey delante del rey, y ellas se ríen de nosotros en nuestra cara sin que apenas nos demos cuenta, porque le están diciendo al espectador, ustedes son igual que los de ese crucero».

«Nosotros tenemos la teoría al crear –comenta Troncoso–, que si cogemos un trozo de vida de cualquiera tenemos eso, en la vida real se mezclan el amor, el humor, el dolor, la desgracia, el brillo, la oscuridad... y ahí nos movemos y queremos profundizar». Y prosigue: «Utilizamos la parodia como exorcismo para sacar fuera y denunciar las miserias, el humor tiene ese poder del bufón que se ríe de todo empezando por él mismo, que no deja de ser una estrategia para que cuando te rías de mí, en realidad te estés riendo de ti mismo, es un espejo deformado que inventó Valle-Inclán con el esperpento y este espectáculo recupera algo de esa tradición».

La pieza tiene un importante trasfondo social, «que en La Estampida nos gusta que esté siempre, con ellas miramos a nuestro alrededor y vimos toda esa gente en el límite de la pobreza, al borde de la exclusión y el desahucio, no entendemos el teatro de otra manera que poniendo nuestra mirada en la sociedad». Sin embargo, tras siete años de relación, toca despedirse «para poder seguir creciendo –señala Troncoso–, nos da mucha pena, las queremos», concluye.

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