La historia
Los traslados de Corte de 1601 y 1606 (I)
Con la excusa de la pobreza que inundaba Madrid, Lerma convenció al rey de salir de la Villa y consiguió «destronar» a Madrid
Extrañas cosas fueron las que acontecieron en Madrid el miércoles 10 de enero de 1601. Por un lado, se oyó un pregón general, según el cual se anunciaba y comunicaba que se iba a proceder al traslado de la Corte a Valladolid. Por otro lado, y simultáneamente, el rey salía de la Villa sin grandes albricias, ni festejos, que salió solo camino de El Escorial. Al lunes siguiente fue tras él su esposa Margarita de Austria. El 21 de enero, desde Martín Muñoz de las Posadas, el rey anunciaba a Valladolid su inmediata entrada. Finalmente, el 20 de marzo de 1601 abandonaron Madrid los alcaldes de Casa y Corte, la cárcel real y el sello real. Hacía 40 años que había sido la última mudanza de Corte, de Toledo a Madrid. Por tanto, olvidada su tradicional itinerancia, desarrollada en lo administrativo una Corte imperial de hecho, y asentada una población que podía rondar los 90.000 habitantes (desde luego superaba con creces los 70.000), ¿qué sentido tenía esta nueva mudanza de Corte?
Aunque ya había habido rumores de mudanza desde hacía unos dos años, la decisión última cogió a todos por sorpresa, o al menos con incredulidad. De hecho, las Cortes de Castilla, en reunión por esas fechas, consultaron al Presidente del Consejo Real que si la asamblea también tenía que abandonar Madrid (10 de febrero de 1601). Alrededor de este traslado de 1601 y de la vuelta en 1606, las calles de Madrid y Valladolid se llenaron de opúsculos, romances y otros escritos clamando porque las cosas volvieran a su ser, o sobre que no tenía sentido enfrentar a las dos ciudades. Ni ellos atinaban a explicarse lo que estaba ocurriendo. Es verdad que el crecimiento de la población había sido enorme para una ciudad de interior, sin río navegable. Además, en los últimos años, las crisis de subsistencias habían provocado que mucha emigración de la que llegaba a Madrid fuera de desplazados de los campos de las dos Castillas. Madrid se plagó de pobres maleantes. Había que sanear la ciudad. Se comunicó que el rey estaba preocupado por la falta de salubridad de Madrid.
Pero lo que no sabían quienes no estaban avisados, era que la reina, de Austria, no podía ni ver al duque de Lerma, tan francófilo él, y que otro tanto ocurría con la madre de la reina, la emperatriz María (muerta en Madrid en 1603), la cual, por lo demás, era tía del rey, el esposo de su hija... El Embajador Imperial Hans Khevenhüller, aunque tenía el respeto debido al valido, profesaba ciega lealtad a sus señoras. Hans Khevenhüller murió en Madrid en 1606. Casualmente, la Corte volvió después de muertos los enemigos políticos de Lerma. Así que Lerma, decidido a apartar al rey de estas malas compañías, amparándose en la excusa de la pobreza que inundaba Madrid, convenció al rey para salir de la Villa e irse «allende los puertos». Pero también tenía la intención de hacer del Ayuntamiento de Madrid un cortijo propio. Es más que posible que esta mudanza de 1601 fuera la única manera de, debilitada Madrid, volver a ella con la Corte y montar su imperio personal.
Un movimiento de Corte a principios del siglo XVII no era como uno de 40 años antes. Ahora era, no ya más complicado, sino muchísimo más caro porque las decisiones políticas cuestan dinero. Había que financiar con inmensas cantidades de dinero a tantos cortesanos (y sus familias, o sus criados) que iban a dejar un lugar para establecerse en otro. Sin mucha certeza, porque las fuentes de la época preestadísitca son así, estimo que –según los datos disponibles–, en ayudas para desmantelamiento de casas viajes y acondicionamiento de nuevas casas se gastaron unos 250 millones de euros: a cada cortesano había que darle aposento. Y por si acaso todo eso no era suficiente, sobre la marcha se dieron cuenta de que tan inmensa Corte, que ya no era la de Enrique IV, no cabía en Valladolid, por lo que hubo que sacar de Valladolid la Real Chancillería (el Tribunal Supremo para asuntos del norte del Tajo) y llevarla a Burgos, pensaban unos, pero al final se asentó en Medina del Campo. De Valladolid, a Medina. A quien se mandó a Burgos fue a la Inquisición.
De esta manera, y mucho más, se consiguió «destronar» a Madrid. Pero, ¿para qué? Pues para esto: desde el otoño de 1601 el duque de Lerma inició su particular «asalto» al Ayuntamiento de Madrid. «Lerma –escribí hace quince años– iba a demostrar quién era él en Madrid y cómo Madrid debería estar, a partir de ahora, enteramente a su servicio» («El cartapacio del cortesano errante»). Colocó a los muy suyos al frente del Ayuntamiento (Silva de Torres, Corregidor desde 17 de mayo de 1602) y en junio de 1602 tuvo lugar la más bochornosa actuación del Ayuntamiento de Madrid, que recibió a Lerma por Regidor primero (oficio de nueva creación), aunque el título no estaba ni registrado, ni firmado. ¿Para qué cumplir con las leyes constitucionales de Castilla? La orden real tenía, entre otras lindezas, esta: se le nombraba Regidor primero «para que con esto la pueda mejor amparar y ayudarla a salir del empeño que tiene». No entro en más detalles.
En fin, desde 1602 en el Ayuntamiento de Madrid se impuso estatuto de limpieza de oficio, «que los regidores que de aquí adelante hubieren de ser de esta villa sean personas de la calidad que convenga a su autoridad y reputación y que no sean personas que ellas ni sus padres ni abuelos hayan tenido oficio mecánico ni tienda pública» (23-X-1602). Por cierto, el 11 de diciembre de 1602 Madrid recibía la sanción real a sus pretensiones…, el mismo día que en las Cortes de Castilla reunidas en Valladolid un procurador de Madrid pedía la vuelta de la Corte. A pesar de ese estatuto de limpieza de oficio, siguieron entrando mercaderes, porque se compraban los oficios municipales…
Desmontado el Ayuntamiento anterior a 1601, Lerma había comprado las tierras para hacerse su gran palacio (palacio que ocupaba desde la Carrera de San Jerónimo hasta la calle de las Huertas –del Duque–). El Ayuntamiento, desde el otoño de 1602, fue decidiendo pagar no poco de esa obra porque iba en beneficio del ornato de la Villa e incluso le regaló una calle (¡!) que le venía bien. Y si todo esto no es poco, no pierdas de vista, alucinado lector, que también se determinó que el Hospital General que estaba levantado allí, se mudara de sitio para no molestar la casa del Duque (¡!).
* Alfredo Alvar Ezquerra es profesor de Investigación del CSIC
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