Cultura

Un autor y su libro contra lo Woke

La obra de Gabrial Albiac es sorprendente, como siempre en él, por la inmensa carga cultural que lleva

El concilio de Trento ordenó aquella iglesia católica y de sus propuestas nació el barroco
El concilio de Trento ordenó aquella iglesia católica y de sus propuestas nació el barrocoLa Razón

Gabriel Albiac acaba de publicar en la Esfera de los Libros un sorprendente El eclipse del padre. Una crítica de la razón woke. El libro es sorprendente desde el título hasta la página 230, que a la sazón es la última.

Insisto en que es sorprendente. Para empezar porque en 29 pliegos de papel expone, desmonta y propone un vaivén de sistemas culturales. No ha necesitado mil páginas para hacerlo, que las podría haber usado de haber desarrollado cada uno de los innumerables mitos, razonamientos, o pensamientos sintetizados que ofrece en el libro. Gabriel Albiac escribe para gentes cultivadas o para quienes si no alcanzamos algún aserto, tengamos la capacidad de recurrir a alguna herramienta que nos desatranque de nuestra ignorancia.

El libro es también sorprendente por el título. Podría haberlo titulado algo así como «El ocaso del padre», toda vez que tenemos tantos libros titulados ocasos de Occidente, o de las democracias, o del bien, que si los pusiéramos en fila y dando la vuelta al mundo, los veríamos reaparecer florecientes en el amanecer de un nuevo día. A alguien se le ocurrió tal título y las legiones de pensadores siguieron, prietas las filas, por esa senda del irredento pesimismo.

La obra de Albiac es sorprendente, como siempre en él, por la inmensa carga cultural que lleva. Comoquiera que eso es costumbre de autor, pues ya no es sorprendente. Pero sorprende.

Finalmente es sorprendente la estación del Vía Crucis de llegada en el Epílogo: entre otras cosas, el Concilio de Trento.

La obra está dividida en seis capítulos con sus breves y ágiles subdivisiones («El siglo Kafka», «La filiación perdida», «Nombres y leyendas patrios», «...Como sombra que cubre un mapamundi…», «La era de Narciso») más el Prólogo, el Epílogo y unas suculentas notas al final.

Si quisiéramos resumir en una frase el contenido de la obra (lo cual no sé si es un empeño absurdo en sí mismo), propondría que se trata de una obra en pro de la tradición cultural de Occidente, del Occidente forjado en la Antigüedad griega, o en el triángulo que recorre los mundos griego, judío y cristiano y más aún, católico. Nuestros orígenes.

No es una historia de la Filosofía, sino una reflexión filosófica de nuestras bases culturales que nos dan cohesión, como corresponde a la cultura. Principios básicos como «Guerra, de todos padre, rey de todos» (me recuerda a un principio que los que no dedicamos a las sociedades religiosas-preindustriales sabemos bien: «la muerte, emperatriz de la vida») que en la actualidad se quiere cambiar por un «Pólemos, de todo madre y padre, reina y rey de todo» (¡hay que jorobarse; compara lector la primera frase y esta!), que llevaría a su paralelo en que la muerte ya no manda en la vida, porque vamos a ser inmortales y entonces…, ¿para qué prepararnos para la muerte? Y claro, llega la Covid y desaguándose entrambas posaderas, lo único que saben hacer es salir a aplaudir a los balcones, como otrora agitaban las carracas para espantar a los fantasmas del mal. ¡Ay, mundo!

De esta manera hemos entrado en una «cultura» (?) de lo «correcto», o como agudamente apunta Albiac, «corregida». Lo que no está claro es que quién es el «corrector». Imagino que la democrática voz del pueblo. El corrector es el «amo» al que todos siguen sin la conciencia suficiente de saber que tras estas palabras corregidas «no hay nada» porque lo inconveniente ha sido «cancelado» para crear ese mundo nuevo, esperanza de la beldad y la vida, «intacto todo». Tan intacto e inmaculado que vendrá (¡qué digo «vendrá», si ya estamos en él!) sin sexo, pero no del placer mundano, que había que diferenciarlo, sino que es un mundo feliz del «género».

Pero, ¡ay amigo!, que sólo «las palabras tienen género, nunca las realidades». Y así se da la curiosa circunstancia de que hemos caído en una «regresión puritana» porque se ha pasado del «feminismo sexualmente emancipatorio», al «genéricamente» emancipatorio. Soy lo que digo que soy, o querría ser. Nada importa la realidad anatómica del individuo. Lo que importa es lo que dice. ¡Ay, qué acertado el «Y el Verbo se hizo carne».

[[H3:«Se da la curiosa circunstancia ahora de que hemos caído en una «regresión puritana»]]

Mas no sólo vivimos ya en un mundo correcto y sin sexo, sino que también hemos vencido a la violencia. O sea, que como se vivía en un mundo en el que sólo el Estado podía ejercerla (por vía de los cuerpos de seguridad, o de la Justicia, en su caso), ahora la vencemos y tras ella nos llevamos por delante… todo mecanismo de defensa, porque la guerra «ha dejado de ser de todos padre».

Así que hemos triunfado en el mundo woke: sin incorrecciones, sin sexos, sin guerra, sin padre. «Todo es limpio ahora». Por no haber, puede no haber madre, al estilo épico griego, o de cualquier otro momento de la Humanidad, porque ellas transmitieron los valores culturales y sociales. Pero la falta del padre o de la madre genera en el individuo desequilibrios, con ciertas castraciones. El padre, o la madre, no son un cuerpo, sino unas funciones sociales que generan autoridad y sentido a la vida en comunidad. O deberían.

Mas todo parece indicar que poder vivir sin la regulación de imágenes, sueños, fantasmas, que son las bases de la cultura, del orden socialitorio, y de la autoridad, parece imposible. Es imposible vivir sin esos referentes de Padre y de Maestro porque el Padre, o el padre (no el reproductor genital) es el refugio frente a la superstición; es el Maestro.

Y concluye: «¿Qué es lo que sucede con nosotros? (…) Somos los hijos bastardos de un monoteísmo despiezado: engranajes dispersos de la que fuera memorable máquina escénica tridentina. Hoy, piezas oxidadas: material de desguace (…) Huérfanos precarios»; sin Padre.

Y es que, en efecto, lector paciente: ¿no sientes la curiosidad por leer los cánones y decretos del concilio de Trento? Están en Internet, y desde el siglo XIX una buenísima traducción de Ignacio López de Ayala. Trento, ni más ni menos, ordenó aquella iglesia católica: de sus propuestas simbólicas, nació el barroco (que invadió las calles, que colonizó la arquitectura, que sembró las Bellas Artes de «decoro»; que lo llevaron por todo el planeta los jesuitas con la Ratio studiorum) y Trento tras redefinir qué era el catolicismo, se mantuvo vivo hasta el siguiente concilio ecuménico, el Vaticano I, que es como un despiste más del siglo XIX, ente Trento y el Vaticano II... ¿Qué forma parte también de este concierto en el que estamos inmersos? Personalmente, no tengo duda: frente a la música de órgano, la de guitarritas; y para colmo, el sacerdote al no llevar sotana, no se distingue en el paisaje social de las demás personas; es uno más.

Es lo que hay. Exequias por las virtudes de la cultura de la Antigüedad clásica. Madrid peleando como oso panza arriba por salvarse del eclipse.

*Alfredo Alvar Ezquerra es Profesor de Investigación del CSIC

Cronista Oficial de la Villa de Madrid.