El Madrid de

Carmen Lomana: «La belleza y cultura son lo único que pueden salvar a esta sociedad cada vez más mediocre y decadente»

Un balance de su vida entre conversaciones de historia, favoritos, y análisis de la sociedad

Carmen Lomana. © Jesús G. Feria.
Carmen Lomana.© Jesús G. Feria.Jesús G. FeriaFotógrafos

Su llegada a Madrid supuso un bálsamo para ella. Con su indiscutible elegancia e imponente presencia, Carmen Lomana habla de la ciudad en uno de los mayores centros de lifestyle y ocio de Madrid: Ramses.

De pequeña visitaba la ciudad porque su madrina vivía en la calle Gobernador. Sus más lejanos recuerdos la llevan a una niña jugando en el Museo del Prado frente a la estatua de Velázquez. Pese a vivir en otras ciudades como San Sebastián o Londres, Madrid fue siempre su respiro hondo. Especialmente, cuando se quedó viuda y pensó que nunca más levantaría cabeza. «Hija, la vida son etapas, cambia porque te estás muriendo de melancolía. Empieza de cero», le apremió su madre. «Pero fue llegar a Madrid y me cambió la vida. Su gente tan simpática, empecé a sonreír, bailé, me estaba curando». En su opinión, «vivimos en lo mejor de Europa. Ya no por su arquitectura, sino por su ambiente, diversión y lo abierta que es. Aquí nadie es de ningún sitio y, sin embargo, somos todos madrileños».

Su asistencia a desfiles de moda y salir con un francés eran las razones por las que Lomana fue mucho más conocida en París que en España. Y, como curiosidad, nunca ha tenido relaciones amorosas sólidas aquí, «quizá fuese porque en mi generación, en España había mucho más machismo que en el extranjero», apunta. Sin embargo, tras la jubilación del diseñador Valentino, llamaron a Carmen de Telecinco para homenajear al artista. «Yo me negué a ir a un plató, accedí a la entrevista. Eso sí, en mi casa. Y fíjate lo que es la vida y dónde estoy ahora. Los medios me han dado muchas oportunidades de trabajar en radio, prensa y televisión, he aprendido muchísimo», añade.

Mientras habla, la acompaña un periódico –La Razón, dicho sea de paso–, una imagen que ya resulta hasta romántica tras la llegada de las nuevas tecnologías. Lomana considera que todos los formatos pueden convivir, pero es el papel lo que recibe a diario, subraya lo relevante, arranca páginas para guardarlas y disfruta del olor. Forma parte de su vida y su cultura. «Cuando vivía en Londres estaba suscrita a Cambio 16 para recibir noticias. Los digitales no me gustan. Quiero periódicos con informaciones serias y que pueda contrastar con otros». Como sugerencia, recomienda «El Jardín de las dudas», de Savater, cuya lectura es de sus más recurrentes. «Adoro a Voltaire, me parece el pensador más inteligente, moderno y actual que hemos tenido», sostiene.

Históricamente, las mujeres siempre lo han tenido más difícil a la hora de posicionarse. Difícilmente casaba tener interés por la moda, cosmética y estilismo, con un intelecto detrás. «En mi opinión son los flecos de la cultura judeocristiana. Se valora a la mujer que no se maquilla, natural y vestida de manera sencilla. En Francia ha sido todo lo contrario, la moda, los encajes, los perfumes... se valoran de maravilla. No obstante, aquí, gracias a la corte de Felipe II y su forma de vestir, cambió un poco el concepto: de negro con golas blancas, las joyas… me tenían fascinada». Su pasión por la moda de la época de los Austrias convierte a Lomana en una asidua a la Fundación Lázaro Galdiano, en Serrano. Para ella, el arreglarse es un placer: «Yo cada día, a la hora de vestirme, lo disfruto. Y cuando llevo algo que me gusta, lo hago con orgullo y feliz. De la misma manera que soy feliz al comprar un cuadro. Disfruto con la belleza, porque belleza y cultura son lo único que pueden salvar a esta sociedad cada vez más mediocre y decadente».

Carmen confiesa que detrás de esa posible coraza que aparenta, hay una persona muy sensible: «La vida me ha dado muchos palos y me he hecho fuerte. También me ha dado felicidad. Con el tiempo, he aprendido a que solo me interese lo que opine la gente que quiero y que me quiere. He tenido que aceptar que la envidia es un deporte nacional. En mis principios en televisión sufrí hasta ataques de ansiedad». Sin embargo, si algo es innegable es que hablamos con quien siempre fue ella, con su nombre y apellidos, pues jamás ha consentido colgarse del brazo de nadie para que a día de hoy le pidan fotos cuando sale a la calle. «Tuve claro que la única independencia y libertad de la mujer pasa por ganar su propio dinero». Y añade: «Me han dado hasta en el carnet de identidad. Que llegue una mujer joven a Madrid y con posibles chocaba. Seguiré siendo joven toda mi vida. Me encanta estar abierta a nuevas ideas, tendencias, pasar tiempo con jóvenes y aprender de ellos».

Sus recomendaciones pasan por caminar por el centro, el barrio de los Austrias, la Plaza de la Paja, los lugares de tapeo y las tascas. Adora el jardín del restaurante Numa, donde tiene plaza fija. También sugiere un recorrido por dos siglos de belleza donde admirar extraordinarias piezas de alta costura creadas por Charles Frederick Worth, en el Palacio de Liria.