Historia

El desconcertante viaje del príncipe de Gales a Madrid en 1623 (II)

La unión entre Carlos Estuardo, protestante, y la infanta María Ana, católica, levantó preocupación: ¿en qué religión se iba a educar a los descendientes de ese enlace?

Tiple retrato de Carlos I de Inglaterra, de Van Dyck (1635)
Tiple retrato de Carlos I de Inglaterra, de Van Dyck (1635)LRM

Si había matrimonio entre el príncipe de Gales, protestante, y la infanta de España, católica, ¿cómo se iba a educar a los descendientes de ese enlace? En Madrid hubo juntas de teólogos. Y mientras se discutían las cosas de la religión, Olivares era ya tratado por el rey Jacobo como «agradable amigo nuestro» e incluso como «varón glorioso de su patria». Imagino que estos halagos le harían engordar un poco más.

No es de extrañar el entusiasmo de Jacobo. Aliarse con la gran potencia que era la España de Felipe IV, ¡sí, la gran potencia que era la España de Felipe IV, les pese a los pasmaos que les pese y que no puedan hacer mofa de aquella España! Era ir de la mano más firme para inmiscuirse en los negocios de la Europa continental. Pero son conscientes de las muchas dificultades que se avecinan.

Para empezar, el abierto enfrentamiento con Francia. También la malquerencia veneciana. Y así fue transcurriendo aquel mes de marzo de 1623.

El 29 de mayo de 1623 se reunió la Junta de Teólogos. A ella acudieron cuatro jesuitas (Jerónimo de Florencia, Pedro González de Mendoza, Hernando de Salazar y Juan Federico). En general la Compañía se mostró muy favorable a la alianza (no sólo los miembros de la Junta, sino incluso compañeros externos). En sus informes se dejaban traslucir inquietudes, como la posibilidad de que Carlos no se convirtiera a la verdadera fe, lo cual no sería un obstáculo en último término para celebrarse el matrimonio, aunque a sus ojos (y anhelos) todo hacía presagiar que se convertiría, tanto por su forma de ser, como porque el ambiente en Inglaterra estaba siendo propicio a ello, ya que en esa Semana Santa en Londres habían comulgado, según estaban informados, más de 4.000 personas y, además, se habían reconciliado con la Iglesia muchos ministros y otras gentes principales. Sin embargo, el mayor problema, el de la educación de los hijos aunque no quedaba a la zaga el buen atado de los lazos políticos entre Inglaterra y España.

De otra manera muy distinta veían la situación los dominicos y el discurso cultural que crearon. Así, fray Francisco de Araujo, Francisco de Agustino, Juan de la Puente y Cristóbal de Torres exhortaban a que no hubiera matrimonio si antes no se hubiera dado libertad de conciencia a los católicos ingleses. Y se negaban al matrimonio porque Carlos era un hereje y un pecador público; tolerar el casamiento, sería tanto como desamparar la fe; los nietos y biznietos de Carlos V en adelante, correrían el riesgo de ser criados como herejes y acabar siéndolo; y así sucesivamente.

Hubo más juntas en las que se trataron más y más puntos, con mayores exigencias. La lista, pues, de los detractores de la unión fue ampliándose con el paso del tiempo. Se unieron miembros de todas las órdenes, jerónimos y agustinos. Incluso algunos llegaron a negar la licitud de la bula de dispensación papal. Otros, insistían en las garantías y seguridades de la conversión de Carlos y de la educación católica de los hijos que hubiere del matrimonio… El caso es que, sin entrar en más detalles, la primigenia ilusión se fue transformando en un enorme fiasco. A Carlos Estuardo no sentaron bien las exigencias que iban en aumento. Perdió el apetito y tal vez como se viera que se echaba atrás, empezaron las dificultades para practicar su religión en el alcázar teniéndose que trasladar para los actos litúrgicos a la casa del embajador inglés.

Pero en el alcázar, a su vez, tampoco gustaron las exigencias de Roma, porque se interpretaron como una intromisión en actos de la soberanía del rey de España, que a fin de cuentas, era el que debería firmar o no un tratado de alianza con Londres. Embarrada la situación, aun a pesar de agasajarse a Carlos Estuardo cuanto se podía, se fue perdiendo el interés por la negociación. Por un lado, los políticos, por otro los teólogos, por otro los papales y en este cuarteto participó también el Parlamento inglés.

No obstante, a punto de firmarse las capitulaciones, murió el Papa dilatando las negociaciones, las dispensas, o el placet de Roma. A finales de julio, en medio de tanta desesperación y con las pérdidas luteranas en la Guerra de los Treinta Años, Jacobo VI optó por firmar los puntos romanos del acuerdo y apodera a Carlos para que cualquier cosa que haga, la esté haciendo en nombre del rey. El acto de jura es solemnísimo.

A finales de agosto, sin embargo, todo el castillo de naipes se desmorona, porque estaba construido sobre unas frágiles negociaciones.