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Gastronomía

Kentya, o dónde comer un arroz perfecto

Las verduras y los pescados y carnes a la brasa también triunfan. Destaca la atención personalizada de Carla Acedo

Carla Acedo en la sala de Kentya, restaurante situado en el barrio de Salamanca LRM

Hoy dedicamos estas líneas a un espacio espectacular y de muy buen comer, situado en el número 48 de la calle Lagasca. Kentya forma parte del grupo de restauración propiedad de Iván Acedo, que ya cuenta en Zaragoza con cinco consolidados restaurantes y dos discotecas. Lo cierto es que cada uno posee su personalidad y estilo de cocina diferente, de ahí su éxito. Con Aura, el citado empresario inició su aventura hostelera hace ya 12 años en un edificio de siete mil metros cuadrados, que acoge unos dos mil eventos anuales. En 2019 tuvo lugar la inauguración de Bunkerbar, un antiguo búnker de la Guerra Civil convertido en un establecimiento de dos plantas al que acudir a disfrutar un buen arroz, entre otras delicias. Un par de años después, tras el covid, llegó Selvatik, un concepto de tres mil metros cuadrados que resulta ser el paraíso de los más pequeños con karts, camas elásticas y toboganes, donde, además, se come realmente bien. Una apertura que antecedió a la primera sede de Kentya, decorado con varias palmeras, que dan nombre al local, y a la de La Embajada, donde degustar cocina nikkei en un palacete de 1800 con una discoteca en la planta baja.

Sobremesa

Dicho esto, nos centramos en el primer local, fuera de la capital aragonesa, abierto en el barrio de Salamanca el pasado mes de abril, que llega para sumar en el apabullante escenario gastronómico capitalino. Se estructura en tres espacios: la sala, otro comedor con vistas al jardín y la zona del bar con varias mesas altas en la que rendir tributo a un aperitivo riquísimo (tomate aliñado, gildas, jamón ibérico, cecina...) antes del almuerzo o cena y, por supuesto, donde toma significado una señora sobremesa de las que tanto nos gustan disfrutar. ¿Lo mejor? Aquí, es posible acceder de doce del mediodía hasta medianoche de manera ininterrumpida, así que ya saben dónde pedir una cerveza Ámbar, elaborada también en la tierra desde 1900, bien fría y fenomenalmente tirada con un par de raciones. No faltan tampoco tres privados.

Muchos de los productos que alimentan las recetas están seleccionados y proceden de tierras aragonesas, la mayoría de las veces servidos con una mínima manipulación para no enmascarar el sabor. Como ejemplo, un maravilloso tomate solo aliñado con aceite de oliva variedad arbequina y con sal volcánica. Los arroces, además de las carnes y los pescados a la brasa, son la especialidad, así que si no conocían este proyecto ténganlo en el radar, ya que es de los pocos destinos capitalinos en los que disfrutar de un arroz, variedad Senia, en paella sublime al estilo alicantino. La carta anuncia del señorito con rape, calamar y langostino, el negro con chipirón en su tinta con langostino y mejillones, de pato «confit» con Portobello, trigueros y foie, y el de chuleta de vaca madurada, realmente la propuesta más demandada, con ese exquisito socarrat poco habitual. Para abrir boca, es obligado comenzar con la flor de alcachofa a la brasa con un crujiente de jamón o con éstas salteadas con huevo poché y langostinos, con la parrillada de verduras o con la lechuga viva, elaboraciones en las que se percibe la calidad de las materias primas de la huerta aragonesa. Armonizan bien con las anchoas en salmuera triple cero y con la cecina de angus con arbequina. Como platos fuertes, entusiasma el carabinero. Tanto como el rodaballo con bilbaína y la lubina salvaje. Y, como carnes, el chuletón de vaca Jersey, la Cowboy, ambas seleccionadas por Norteños, y una hamburguesa con bacon, cheddar y cebolla súper apetecible. Para terminar, un postre que no falla: el «Caca-o-Real». Carla, hija del propietario, es el alma de la sala, responsable de que todo comensal considere este lugar como la embajada de Aragón en Madrid gracias también a la atención personalizada en cada servicio. Porque es justo esta lo que marca la diferencia en un Madrid vivo en el que la competencia es brutal. Los jueves por la noche es posible asistir a un espectáculo de flamenco, pero si no le apetece, no se preocupe, porque Carla le acomoda en una mesa en la que no escuchará la música.