La historia final

Mancebía y mujeres enamoradas en el Madrid del Siglo de Oro (IV)

En los remoralizadores primeros tiempos del Conde-Duque de Olivares se puso en marcha la Junta de Reformación, cuando se mandó cerrar todas las mancebías de Castilla

La alcahueta de Dirck van Baburen
La alcahueta de Dirck van BaburenMuseo de Bellas Artes de Boston

Hubo que esperar al siglo XVII, cuando en los remoralizadores primeros tiempos del Conde-Duque de Olivares se puso en marcha la Junta de Reformación, cuando se mandó cerrar todas las mancebías de Castilla (10 de febrero de 1623). Proclamó Felipe IV que «ordenamos y mandamos que, en adelante, en ninguna ciudad, ni villa, ni aldea de nuestros reinos, se pueda tolerar ninguna casa pública donde las mujeres trafiquen con sus cuerpos. Nos, prohibimos e interdecimos estas casas y ordenamos la supresión de las que existen...». Y Quevedo, tan mordaz contra el Conde Duque escribió su «Sentimiento de un jaque por ver cerrada la mancebía».

Comoquiera que en 1632, 1661 y 1666 se repitieron decretos tan taxativos como el de 1623, bien puedes imaginar, lector, el efecto que tuvieron.

José Miguel Muñoz de la Nava (en la «Gran Enciclopedia Cervantina») publicó un documento del máximo interés. Es de 20 de mayo de 1611, según el cual y ante el Ayuntamiento un tal Diego López que era el «padre de la mancebía», es decir, el arrendador de la Casa, protestaba porque al anterior se le daban cuatro reales y medio al día para que mantuviera dignamente la mancebía, pero que ya era poco dinero, «porque el gasto que yo tengo con las dichas mujeres es grande, los bastimentos cada día carecen, y lo que doy a cada una de las tales mujeres es lo siguiente: Lo primero, su aposento aderezado con su cama de madera y su jergón y colchón y dos sábanas y una almohada y dos frazadas y un paño que es sábana delante de la dicha cama, y esto con ropa limpia cada quince días y luz con que se alumbran, y además de esto su silla en que sientan. Ítem asimismo les doy ropa lavada y lumbre los inviernos para que se calienten en la chimenea grande de la dicha casa, y de por si a cada una un brasero. Ítem a cada una de las tales mujeres tres comidas, que es almuerzo, comida y cena, en esta manera: al almorzar media libra de carnero y algunas veces sus torreznos y pan y vino, lo que han menester, y fruta a su tiempo, y a medio día su olla de vaca y carnero, dando a cada una media libra de carnero y su tocino y verdura y su principio y postre, y a la noche otra media libra de carnero asado en albondiguillas y el pan y vino que han menester. Y asimismo tengo para servicio de las dichas mujeres que guisen la comida y laven su ropa y tengan cuenta con el golpe y puertas de la dicha casa y que no las agravien, tres mozos a cada uno, y una criada que lava la ropa, que al uno de ellos que es el cocinero, le doy dos ducados cada mes, y a cada uno de los demás diez y seis reales, y a la criada doce reales cada mes, lo cual todo este gasto que ordinariamente se ha tenido y tengo yo al presente, y los bastimentos son caros, como es notorio; por tanto a V. Sª. suplico se me aumente el dicho arancel de más de los cuatro reales y medio que cada día se me dan, o lo que V. Sª. fuere servido…», etc. ¡Y el Ayuntamiento accedió a la petición!

En fin, esto es lo que se me ha ocurrido describir sobre los siglos XVI y XVII a vuela pluma y el tema sigue y sigue. Y sin recurrir ala riquísima literatura de nuestros Siglos de Oro, ni a los contratos de arrendamiento firmados por el Ayuntamiento y los «Padres de la mancebía» que están en el Archivo Histórico de Protocolos.