Entrevista

De dormir en un portal de Madrid a convertirse en escritor: la increíble historia de Ángel Custodio

Volvemos con él a la Plaza de Manuel Becerra, la que fue su casa tras arruinarse y sobrevivir a un intento de suicidio. Hoy, gracias a su fe y a un libro ayuda a otras personas

Hacía tiempo que no volvía al lugar que fue su casa durante nueve meses, la Plaza de Manuel Becerra. El sitio donde, en su propias palabras, ha recibido más amor en toda su vida, pero al que un traspiés empresarial y un intento fallido de suicidio le llevó a ocupar uno de sus portales. «Aún se me pone la piel de gallina, es un lugar muy especial para mí. La verdad es que intento no pasar mucho, son muchos sentimientos encontrados, pero me siento muy a gusto de estar aquí y volver a reencontrarme con gente que me ayudó cuando más lo necesitaba», cuenta Ángel Custodio a este periódico mientras paseamos por la plaza.

En ese momento, otro señor ocupa el mismo rincón dónde él pedía limosna hace dos años y medio. Ahora, gracias a la venta de un libro que escribió como pudo, entre servilletas y trozos de papel, en el que narra esta experiencia de vida ha logrado alquilar un piso, mantenerse y ayudar a quienes más lo necesitan. «Lo que me trajo hasta aquí fue un fracaso empresarial importante, me arruiné por completo. Tiré de patrimonio personal, de ayuda de amigos y familiares… y me quedé solo», explica. Un sufrimiento que le llevó a querer acabar con su vida, ahorcándose en el tejado de su casa justo un día antes de tener que dejarla. Sin embargo, ese intento fue fallido y empezó una nueva vida para él. «Hice un ridículo espantoso, lo tenía todo calculado, pero todo se derrumbó y me pegué un costalazo a cinco metros. Desperté y pensé, menos mal que no ha salido bien porque hubiese sido una estupidez». Abandonó su casa en un pueblo a las afueras de Madrid con dos maletas, una con algo de ropa y artículos de aseo y otra que llenó de libros. Esa sería su nueva vida, sin rumbo fijo y que empezó en el intercambiador de autobuses de Avenida de América. «Al llegar me di cuenta de que había una persona sin hogar cada 50 metros. No sé si porque yo me iba a convertir en uno de ellos, pero empecé a verlos. Recuerdo que era un día de lluvia, comencé a andar hasta que aparecí en la Plaza de Manuel Becerra y encontré un portal con un tejado donde no sabía que pasaría los siguientes nueve meses».

Su día a día se desarrollaba en veinte metros, el rincón donde «vendía» sus libros, regalaba bombones y despertaba sonrisas y un una hamburguesería donde se resguardaba por las noches. «Desde el primer día que estuve en la calle mi objetivo era salir de esa situación. Era un mundo desconocido para mí, así que lo primero que hice fue preguntar y pedir consejos a las personas sin hogar que estaban allí». Para su sorpresa, las respuestas que recibió fueron amables y todos le tendieron la mano para unirse a ellos, sin embargo, optó por ir por su «cuenta y riesgo» y no seguir los consejos de personas que llevaban en esa situación tantos años. Todos los esteoreotipos que tenía sobre las personas sin hogar, se resquebrajaron. Muchos de ellas no eran alcohólicas, drogadictas o malas personas. Distintas circunstancias de la vida les habían llevado hasta allí, como a él. «Nadie está en la calle por gusto, cada uno tiene su historia y no nos la tienen por qué contar. La pregunta no debe ser por qué estás ahí , si no en qué te puedo ayudar. Todos son personas y hay que echarles una mano igualmente. Es nuestra obligación ayudar en lo que podamos». Confiesa que tardó días en aceptar su nueva situación y entender que él no era diferente al resto, sólo uno más. Sin embargo, le surgió la necesidad de hacer algo diferente, aportar algo más que pedir limosna para comer con un bote. «Preparé un cartel que ponía: “Si me ayudas te regalo un libro y si me regalas una sonrisa te doy un bombón». Para su sorpresa, la idea surgió efecto. «A la gente le hacía gracia, le picaba la curiosidad, me preguntaban… y poco a poco me fui ganando al barrio y subsistiendo». Reflejo de ello es que durante nuestro paseo, sin exagerar, Custodio ha saludado a una decena de personas. Tres de ellas, entre ellas un niño, se han acercado a saludarle, abrazarle y preguntarle cómo va todo.

La fe, su motor

Está convencido de que pudo sobrellevar esta situación gracias a la fe. «Ha sido mi motor. Pensaba que si Dios no había permitido que me suicidara y había querido que estuviese en la calle, sería porque tenía que encontrar el propósito de mi vida. Decidí confiar en que en algún momento lo entendería», asegura. Los meses fueron pasando, cada vez más gente le ayudaba y los lazos se iban estrechando. Sin embargo, seguía allí. Y en ese punto nació la idea de escribir su libro: «Salir de la calle». Entre servilletas, reflexiones y conversaciones comprendió todo: “Entendí que el tiempo que estaba pasando en la calle, ese periodo de capacitación para padecer lo que padece una persona sin hogar, vivirlo en primera persona, me impulsaba a ayudar a personas que se encontraban en esa situación o necesitadas. Hay gente que tiene techo pero que no lo está pasando bien». Pese a que a lo largo de su vida había leído mucho, jamás había imaginado escribir un libro. Ni sabía cómo empezar. «Así que empecé con un paso, el camino siempre se empieza así». Llenó una bolsa con sus notas, con paciencia, de corazón y casi como terapia. «Cuando llené la bolsa me dejaron un ordenador, lo pase a limpio y me encontré con el siguiente inconveniente, editarlo». Su deuda millonaria no le permitía hacerlo con una editorial y la autopublicación quedaba descartada, así que siguió confiando. «Un día entré en una papelería y pedí que me lo imprimiesen con una carátula de cartón. Le conté mi experiencia y le caí tan bien que me hizo gratis diez, era su forma de ayudarme». Así, podría pedir limosna «más dignamente». Las ventas que empezaron por empatía y caridad, terminaron en una lectura que gustaba y que recomendaban. A los 10 días había cola para venderlos. «El primer mes vendí mil libros. Eso me permitió salir de esa situación y ayudar a la gente sin hogar que estaba aquí», recuerda.

Empezó a colaborar con distintas asociaciones de la zona, lo que le permitía mantenerse y poder seguir con su propósito. Tener menos dinero, tiempo, ocio... para que los más necesitados tengan algo. «A mi eso me llena. Tengo novia, me conoció estando en la calle, respeta como soy y no quiere cambiarme», y añade, «el lunes pasado tenía 100 euros de una charla que di sobre mi libro. Podría haberla llevado a cenar pero preferí comprar 300 helados y alegrarle el día a personas sin hogar». Con esto no hace apología de la pobreza, defiende que quién más tiene puede echar una mano. Sin embargo, a día de hoy, dice sentirse el hombre más rico del mundo. «Porque ser rico del alma es más rico que serlo de posesiones». Ángel Custodio vive ahora en un piso que ha alquilado con su novia. Tres días por semana suele estar fuera de Madrid, compartiendo su experiencia de vida y presentando su libro por toda la geografía española. También se encarga de distribuir por distintas asociaciones las decenas de voluntarios que se ofrecen a ayudar después de leer su libro.

En Madrid de gente que se ha leído el libro, me llaman y quieren hacer voluntariado, los distribuyo.

"Lo ocurrido en Barajas es bueno"

Después de su experiencia, cree que hay cambiar las políticas y cómo se están haciendo las cosas respecto a las personas sin hogar en la Comunidad de Madrid. «Estoy convencido que es por desinformación. Creo que deberían estar en contacto con personas que hayan pasado por eso para mejorar. No dudo que dudo que así sea», asegura. Respecto a lo sucedido recientemente en el Aeropuerto, asegura que es un tema que le apena muchísimo y dice ser empático con el sufrimiento de esas personas. Sin embargo, considera que lo que ha pasado y lo que está pasando es positivo. «Se ha dado visibilidad a las personas que están allí y que eran invisibles. Y además se ha concienciado de que es un problema», explica. Su fe le lleva a pensar que «Si Dios permite que no estén en el aeropuerto, es porque hay un sitio más digno para esas personas. Hay veces que hay que padecer para un futuro mejor». Por otro lado, no es partidario de dejarlo todo en manos de los políticos y de la Iglesia, sino que confía en la obligación como ciudadanos.