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Medio Ambiente
¿Es posible modificar el clima a gran escala? China quiere desarrollar un programa masivo de siembra de nubes en los próximos años
Desde hace décadas se usa la tecnología para aumentar la lluvia o deshacer el granizo. Pero ¿existen fórmulas técnicas para combatir el cambio climático? ¿Y armas capaces de causar desastres naturales devastadores?
Dice «El Heraldo de Aragón» que el Servicio de Protección de la Naturaleza de la Guardia Civil (Seprona) ha tramitado en cinco años un total de 31 expedientes de infracción solo en la provincia de Huesca por el uso de cañones sónicos antigranizo. Los cañones antigranizo se utilizan para disparar gas acetileno contras las nubes y deshacer así el granizo duro. «Óscar Moret, responsable del sector de la fruta de la Unión de Agricultores y Ganaderos de Aragón, reconoce que los agricultores no tienen clara la legalidad de estos aparatos. Aunque por el momento no abundan, no oculta que están empezando a proliferar», dice el diario.
¿Se puede modificar el clima? Lo cierto es que desde 1940, más de 50 países en todo el mundo han llevado a cabo programas para modificar artificialmente el tiempo. Tanto en España, como en Emiratos Árabes (cuenta con programa de siembra de nubes para provocar precipitaciones desde 2002) o Israel han utilizado tecnologías que permiten disipar la niebla, provocar lluvia o nieve y disminuir el granizo. En aquella década de 1940 se descubrió que arrojar cristales de yoduro de plata contra las nubes podía formar cristales de hielo en vapor de agua. Desde entonces, «los científicos han estado trabajando para comprender cómo alterar la manera en que el agua se forma y se mueve dentro de una nube… Reforzados por un impulso internacional para investigar y financiar fuentes de agua seguras, los científicos están trabajando cautelosamente para modernizar la producción de lluvia para el siglo XXI», dice la Organización Meteorológica Mundial. El organismo es también contundente cuando dice que para que estas tecnologías sean eficaces se necesita algo básico: que haya nubes y que no es fácil verificar la efectividad de estas técnicas de bombardear el cielo. En el mejor de los casos, los ratios de aumento de las precipitaciones han sido de entre el 10 y el 20%.
Muchos proyectos de modificación del clima se han llevado a cabo auspiciados por este organismo internacional. Sin ir más lejos en España el experimento más conocido de siembra de nubes tuvo lugar entre 1979 y 1981 en la cuenca del Duero. Recibió el nombre de «Proyecto de Intensificación de la Precipitación» (PIP). La Agencia Estatal de Meteorología recuerda que la legislación en España establece unos procedimientos muy claros para regular cualquier tipo de actuación que implique modificación artificial del tiempo. «La idea de la modificación es un asunto recurrente que aparece fundamentalmente durante los periodos secos tan característicos del clima en zonas como el este y sureste peninsular», dice en su web
En un contexto de cambio climático en el que el clima se hace más inestable, y fenómenos extremos como las olas de calor más frecuentes, es fácil imaginar el interés por aplicar estas tecnologías para asegurarse, por ejemplo, la productividad de las cosechas. Sin embargo, la modificación del clima a gran escala, aunque posible, es una fuente de conflictos. «Existe un enorme potencial para la discordia global, a menos que se tenga mucho cuidado a la hora de pensar –y discutir– las implicaciones de gobernanza de tales intentos de influir en los climas locales, regionales o globales», contaba a La Razón Gernot Wagner, profesor asociado de Estudios Medioambientales de la Universidad de Nueva York a raíz del anuncio de China en 2021 de poner en marcha su programa Sky River.
La idea de la República Popular consiste en expandir su programa de siembra de nubes a un territorio de 5,5 millones de km² en los próximos años. La respuesta de rechazo de países vecinos como India no se hizo esperar, sobre todo teniendo en cuenta que ambos vecinos ya están en litigio por los recursos hídricos de los ríos que comparten. Anuncios como el de China puede suponer, alertaban algunos medios entonces, una puerta de entrada a grandes proyectos de geoingeniería. Ya en 2015 la OMM advertía en un documento que la siembra de nubes podía ser valorada como una estrategia de mitigación del calentamiento global. Más nubes incrementaría el volumen de radiación solar que se refleja al espacio. Esta propuesta pretende copiar el efecto que las grandes erupciones volcánicas han tenido sobre el clima, por ejemplo, las que contribuyeron a la «pequeña edad de hielo» durante el siglo XIX. El problema es que algunas como la del Pinatubo también causaron daños en la capa de ozono de la Tierra.
Las ideas básicas son dos y consisten en contrarrestar el aumento de temperaturas que se asocia al cambio climático o bien aumentando el albedo o capacidad de reflejar la radiación solar que tiene la tierra o bien reduciendo la concentración de CO2 en la atmósfera. Hay personalidades como Bill Gates entusiasmadas con la posibilidad de que la tecnología ayude al planeta a enfriarse y que la temperatura media global no supere los 1,5- 2 grados a finales de siglo. Incluso el Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC) ha apuntado a algunas de estas soluciones como complementos posibles en la lucha contra el calentamiento global (además de la inevitable reducción de emisiones industriales).
Hay todo un catálogo de proyectos en el lado de disminuir la incidencia de la radiación solar que van desde instalar espejos en el espacio a inyectar aerosoles estratosféricos, aumentar el brillo de los océanos y las nubes o aclarar el color de los tejados y los cultivos. La Universidad de Harvard, por ejemplo, propone enviar globos aerostáticos que fumiguen pequeñas partículas reflectantes en la atmósfera superior, donde podrían dispersar una pequeña fracción de la luz solar.
Dentro del grupo de ideas para disminuir la concentración en la atmósfera de los gases ya emitidos se incluyen proyectos como fertilizar el océano (empleando hierro o nitrógeno como nutrientes para estimular el crecimiento del plancton vegetal que a su vez absorbe CO2); reforestar para que sean los bosques los que eliminen el carbono (el IPCC habla de reforestar unas mil millones de hectáreas), y capturar el aire directamente de la atmósfera y limpiarlo de gases de efecto invernadero.
Arma de guerra
El llamado Programa de Investigación de Aurora Activa de Alta Frecuencia o HAARP de la fuerza Aérea y la Marina de los EE UU salta a la palestra de los medios cada cierto tiempo (sobre todo cuando hay tensiones geopolíticas) como una posible arma de guerra capaz de provocar desastres naturales. Este proyecto pretendía examinar cómo se pueden ver alterados los sistemas de navegación y comunicación por los cambios atmosféricos de la ionosfera (una capa a 80 km de altura de la superficie terrestre). Hasta 180 antenas situadas en Alaska emitían millones de ondas de radio de alta frecuencia a la atmósfera para identificar misiles y aviones.
Es frecuente encontrarse con teorías conspiratorias que afirman que esta tecnología puede usarse deliberadamente como arma de guerra para causar terremotos, huracanes y tsunamis. Ha habido casos como en la Guerra de Vietnam con la conocida Operación Popeye, en la que el ejército estadounidense buscó empantanar las rutas de suministro del Viet Cong. Sin embargo, una cosa es influir en los fenómenos naturales como arma en un conflicto y otra provocar desastres naturales o sequías masivas. «Lo hemos visto ahora en Ucrania. El ejército inundó Demydiv para impedir el avance de los ruso a Kiev. Durante la guerra fría se estudiaron los efectos de las bombas atómicas en el fondo marino, por ejemplo. Se han contaminado ríos o destruido bosques con napalm. Pero, que un país desarrolle un arma capaz de cambiar el clima de forma tan abrupta provocando fenómenos tan destructivos como una fuerte sequía no tiene sentido. Entre otras razones porque te la copiaría todo el mundo», opina Yago Rodríguez, doctorando en Estudios Estratégicos por la Universidad Pablo de Olavide y director de Political Room.
Una ola de calor sin precedentes
España se enfrenta estos días a una ola de calor nada habitual, un episodio de calor extremo de larga duración con temperaturas diurnas de hasta 44 grados en muchas ciudades de la Península. Si se cumplen las previsiones, en España se batirán todos los récords en términos de extensión, intensidad y duración del calor. Además, parece que hasta principios de la próxima semana al menos seguiremos bajo el potente anticiclón atlántico. Desde la Agencia Estatal de Meteorología afirmaban ya hace unos días que la de estos días es equiparable a la ola de calor más intensa desde que hay registros, la de agosto de 2021 o la anterior, de 2019 y recordaba que el cambio climático acentúa y hace más frecuentes los fenómenos extremos.
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