Verano de 1936
En agosto de 2020 se cumplieron 84 años de los sucesos más terribles y conmovedores que han sacudido a la Marina española en toda su larga historia. Los días que mediaron entre el 19 de julio y el 15 de agosto de 1936, vinieron preñados de un odio vesánico que degeneró en cruel carnicería de una buena parte de la oficialidad embarcada en los buques de la Escuadra. Y aunque algunos pensarán que no es el momento de rescatar del olvido estos dramáticos hechos, me parece oportuno ahora que se intenta adoctrinar y hacer «historia oficial», invirtiendo la realidad de unos actos cuya responsabilidad se quiere diluir, sino olvidar.
Estos sucesos no fueron fruto de la casualidad; fueron muchos años de veneno inoculado, veneno generador de odio, que explotado por profesionales y alentado por determinadas ideologías que se miraban en el espejo de la cercana revolución soviética, desembocaron en esta tragedia.
Los hechos que vamos a narrar sucedieron entre el 31 de julio y el 7 de agosto de 1936, en el crucero más moderno de la Armada, el «Miguel de Cervantes», donde izaba su insignia el almirante de la Escuadra, y tuvieron como protagonistas a la dotación del buque –en franca rebeldía–, y a la oficialidad –encerrada en el taller de torpedos–. Como hilo conductor, seguiremos el testimonio de un tripulante, que dejó escrito un escalofriante “Diario de a bordo”[1], en el que se narran de manera descarnada, los horrorosos episodios vividos en el buque los primeros días de la Guerra Civil.
Amotinamiento en el «Cervantes»
Eran casi las 20h del 18 de julio de 1936, y el «Cervantes» se hacía a la mar desde su base de Ferrol para sofocar la sublevación militar originada en el protectorado africano. En la madrugada del 19, la estación telegráfica del crucero captaba un radio procedente de Madrid, que decía así:
“Compañeros: es una vergüenza que cuando los compañeros de otras unidades, en justo impulso de indignación ante el asalto que jefes sin honor pretendían dar a la República por la que tanto luchamos hasta instaurar, sean precisamente esos los buques que mancillen nuestra limpieza ejecutoria.
Tirar por la borda a esa plebe que os engaña poniéndose al frente de la España sana y uníos a los compañeros del «Sánchez», «Lepanto»[2], submarinos y aviación, que con un gesto de hombría han sabido librarse de tan enojoso lastre, poniéndose incondicionalmente al lado del pueblo que es la República con todo lo con ella consustancial: Libertad, Justicia, Democracia. ¡Mueran los traidores! ¡Viva la República!”
Una invitación al amotinamiento lanzada desde la Estación Radio de Ciudad Lineal y que, como veremos a continuación, provocó la mayor matanza de oficiales que recuerda la historia de España.
A las 18:10h del día 19, navegando a la altura de Lisboa, se desataba el motín en el «Cervantes». Los jefes y oficiales, así como el Almirante, su ayudante y su jefe de Estado Mayor, eran detenidos y encerrados en la cámara de oficiales.
Al finalizar la jornada, el tripulante del crucero anotaba:
“…Y sin otra cosa digna de mención termina este histórico día, que causará al mundo entero asombro y admiración. Ni el caso del «Potemkin» ni el del «Aurora» pueden compararse al que hoy efectuó toda la Flota española. ¡Compañeros que como yo habéis luchado con las armas para derrumbar el mando traidor y reaccionario, recibid de este sincero luchador de las libertades patrias el profundo respeto y admiración por el hecho realizado! (…) ¡Viva el Frente Popular! ...”
El buque se dirigió a Tánger, donde al día siguiente se reuniría con otros buques de la Escuadra. El marino escribía al respecto de la entrada en este puerto:
“… Los gritos republicanos eran acompañados con el puño cerrado en alto. El espectáculo era algo extraordinario. ¡Esto es republicanismo! (...) Con el puño crispado que levantáis en alto al grito de ¡Viva la República! aplastar para siempre el tigre fascista y reaccionario que tantas vidas ha segado. Yo os ayudaré. La salud pública exige este saneamiento...”
Los primeros asesinatos a bordo
Tras varios días fondeados en Tánger, con salidas cortas al Estrecho, el día 30 el buque se hacía a la mar. Al día siguiente dos oficiales del «Cervantes» morían asesinados a bordo. Al teniente de navío José María Armán Macía, un cabo le disparó un tiro en la cabeza, a bocajarro y por la espalda, cuando regresaba de los beques. El médico, Francisco Navarro, nada pudo hacer por su vida, sólo pedir a gritos que le remataran para detener el sufrimiento. Al alférez de navío José Granullaque González, le descerrajaron ocho disparos hasta que murió. A las 00h30 del 1 de agosto, los cadáveres de ambos fueron lanzados al mar, con pesos de 50 kg amarrados a los pies.
El escriba del «Cervantes» se regodeó:
“… ¡Que los cangrejos sean con vosotros! (...) Tampoco empezó mal agosto. A las primeras horas ya estábamos echando fuera del contacto humano a dos traidores a la República. Así se hace. El que no quiera vivir dentro de la ley que se marche, la puerta la tienen abierta...”
Justificando 14 crímenes más
El 7 de agosto, entrada la tarde, comenzaba el vía crucis para los marinos encerrados en el taller de torpedos. El «Comité» del crucero se iba a encargar de hacer justicia «revolucionaria».
Sería largo detallar cómo se asesinó a estos 14 hombres; baste decir que se buscaron lingotes, cuerdas, arena y personal voluntario para formar el piquete. Todo se encontró con facilidad. Eran las 22:15h y los macabros fusilamientos se iban a producir en la popa del buque. Los primeros serían el Almirante de la Escuadra y su ayudante. El ayudante moriría instantáneamente, no así el vicealmirante que, herido, gritaba horriblemente. Así narró la escena el siniestro escribano:
“…Se les dio el tiro de gracia, se les amarró un lingote y al agua patos. Es así como termina este triste epílogo de un Almirante de la Escuadra y su ayudante a quienes, días antes, principalmente al primero, no había reverencia que no se le hiciera y correspondiera. Es triste, pero saludable este ejemplo. Bien muerto seas alto traidor, y que los peces se sacien en ti vengándose de las mujeres, de los hombres y de los niños que por tu causa y otros más habéis demolado (Sic)…”
Igual que los anteriores, de dos en dos, otros doce jefes y oficiales fueron fusilados en el crucero «Miguel de Cervantes», sin siquiera una parodia de juicio, sin oír lo poco o mucho que tuvieran que declarar a su favor. Era la “justicia popular revolucionaria” aplicada por bestias que llegaban a describir la escena de la siguiente manera:
“…Terminada la «fiesta» en la que habían sido tan buenos artistas los catorce «señoritos», la dotación, llena de fervor republicano porque se había hecho justicia, prorrumpió en vítores republicanos. Un acordeón lanza al espacio las vibrantes notas del Himno de Riego que es oído con entusiasmo y en medio de un profundo silencio. Se dan muchos vivas y mueras y cerca de las 12 horas de la noche la marinería desfila contenta y satisfecha después de haber cumplido con un deber…”
Los jefes y oficiales asesinados la noche del 7 de agosto fueron: el vicealmirante Miguel de Mier del Río; los capitanes de navío Venancio Pérez Zorrilla y Antonio Moreno de Guerra y Alonso; los de corbeta Felipe Pinto Gómez y Federico de la Puente Magallanes; los tenientes de navío Félix González Ramos-Izquierdo, Luis Rivera Chacón, Luis Espinosa Ferrándiz, Juan Laulhé Alegret, Julio Vizoso López, Luis Ugidos Soler y Juan J. Haya González; y los alféreces de navío Manuel Domínguez Ardois e Isidro Meana Brun.
¿Qué ocurrió en la sociedad española para que se llegara a tal extremo de crueldad y se cometieran, justificaran e, incluso, se describieran con macabra sorna actos tan inhumanos como los que acabamos de contar?
Lucas Molina Franco.
Doctor en Historia. Universidad de Valladolid.