Prueba
Contrargumento al coche eléctrico
El Skoda Superb TDI tiene un motor diésel que rinde 150 cv y un consumo medio que puede ser inferior a los 4,8 litros
Los fanáticos de los eléctricos -hay mucho talibán en la religión de la nueva movilidad- van a considerar una herejía lo que van a leer sobre este Skoda y su combinación con un motor diésel, merecedor de persecución por los enfervorecidos de lo eléctrico, pero que sigue siendo, se pongan como se pongan, una opción válida mientras no se solucionen las limitaciones de la electrificación y hasta contrargumento a los reyes de la estresante autonomía.
Hoy, una opción diésel como ésta sigue teniendo plena validez hasta que los nuevos modos de movilidad, poco claros ahora, se consoliden en direcciones nítidas que no sumerjan al comprador en un mar de confusión como la actual. El diésel o la gasolina son válidos hasta tanto.
El Skoda Superb que nos ocupa se mueve con un motor razonable, de consumo muy bajo y, consecuentemente muy bajas emisiones. Poca la diferencia que mantiene con un coche eléctrico equivalente, porque lo de cero emisiones en un automóvil de batería no deja de ser una falacia. Este Superb es la última renovación, cuarta generación, de una berlina emblemática en la marca, que tiene un notable éxito, especialmente en mercados centro europeos, en los que, además, como el alemán, se es especialmente proclive a las carrocerías familiares.
En este caso el formato es el de tres cuerpos, aunque con una diferencia sobre las tradicionales berlinas, radicada en el acceso al maletero. El Superb nos ofrece un portón frente a las tapas convencionales que suelen ser angostas para la carga de equipaje. Además, el portón da acceso a un volumen de maletero poco común en el segmento, ya que son 645 litros, que se convierten en 690 en el formato Combi.
Este nuevo Superb ha ganado mucho en estilo, con un afinado de las líneas de carácter del modelo, creciendo en empaque visual gracias a una mayor altura general. Sólo un centímetro más ha cambiado el aspecto de la berlina. También contribuye a ese nuevo y poderoso aspecto un mayor largo de la carrocería, en la berlina de 4,3 centímetros y en el familiar 4 centímetros. Como nota dominante en el remozado diseño está la imagen frontal, caracterizada por una nueva parrilla octogonal que dota de mayor anchura visual a esta zona de la berlina, perfilada por unos nuevos grupos de luces más estrechos y una firma lumínica más sencilla y elegante.
La zona trasera exhibe formas redondeadas y en conjunto muestra una menor personalidad que el tercio delantero de este modelo. Skoda ha limpiado el diseño interior, con una consola central y un tablero de a bordo más despejados, empezando por ubicar el selector de velocidades del cambio DSG en una palanca detrás del volante en lugar de su posición tradicional.
El tablero de a bordo está dominado por dos presentaciones digitales que no pasan desapercibidas. La más ostensible es la de la pantalla central, en este caso la opcional de 13 pulgadas (la de serie es de 10 pulgadas), que es la utilizada para el control multimedia, la configuración de distintos elementos del coche y la climatización. Una pantalla menor es la posicionada frente al conductor, que presenta digitalmente un cuadro de instrumentos, en principio tradicional, que puede cambiar a presentaciones más sencillas en datos.
Del espacio interior, poco que decir, porque es imbatible frente a la competencia, especialmente en el volumen disponible para los pasajeros de la bancada trasera. Lo nuclear en nuestra berlina protagonista es el eficiente motor diésel de 2.0 litros con una potencia de 1150 caballos, más que suficiente para mover con agilidad los casi 1.700 kilos y, además, con un eficiente consumo que sorprende. Bajo una conducción normal, sin buscar la eficiencia extrema, se puede rebajar fácilmente el consumo oficial medio, fijado en 4,8 litros por cada cien kilómetros recorridos. Si se juega con la conducción más eficiente, es fácil acercarse a los 4 litros de promedio y si las maniobras del conductor son poco contemplativas con el acelerador se pueden sobrepasar los 5 litros, pero difícilmente llegar al siguiente dígito.
También sorprende de este motor embarcado en el Superb el bajo nivel sonoro en cualquier pasaje de conducción. No se tiene la percepción de conducir un diésel.
En resumen, una opción difícil de mejorar para quienes viajan con frecuencia frente a las alternativas eléctricas o electrificadas del mercado, ventajosos en el medio urbano, pero claramente en desventaja cuando se han de hacer largos recorridos, con sobrecostes que superan al diésel, que pueden estar, para un eléctrico, entre 30 y 50 euros más que uno alimentado con gasóleo.