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Aquella rutilante protesta

Entrevista con el Cantante Patxi Andion que celebra con un disco su 50 Aniversario© Alberto R. Roldan / Diario La Razon29 10 2019
Entrevista con el Cantante Patxi Andion que celebra con un disco su 50 Aniversario© Alberto R. Roldan / Diario La Razon29 10 2019albertoroldan.comAlberto R. Roldán

La desaparición de Patxi Andión supone el adiós definitivo a todo un rasgo muy particular de nuestro país como fue la progresía de los años setenta. Hoy en día, nos cuesta imaginar cómo era ese mundo porque el progresismo actual está mucho más delimitado; sus ámbitos y ordenanzas son de estricta observancia y todo aquel que se salga de esas líneas de servidumbre casi monjiles es expulsado por políticamente incorrecto. Pero no siempre fue así. Por efecto de la prodigiosa década anterior, la progresía hispana de los setenta era una mixtura mucho más desacomplejada y extravagante que ahora.

Aparecían cantantes barbudos que eran capaces de compaginar baladas melódicas de amor con composiciones propias de preocupaciones sociales. El modelo estaba inspirado lejanamente en el galán de la canción francesa de los años sesenta que era a la vez cantante, actor de cine y luchador por la libertad (tipo Maurice Chevalier, Yves Montand y Charles Aznavour). Como en nuestro país somos un poco más hirsutos y morenos, ese modelo se mezcló curiosamente con la estética de la caliente revolución cubana y salieron unos baladistas que se parecían a Castro o al Che Guevara. De todos ellos, Patxi Andión fue sin duda el más atractivo. Rodó quince películas y grabó varios discos. A poco de empezar su carrera de cantautor, ya había sido detenido por la policía franquista y se había exiliado en París. Sus retratos sociales y viñetas callejeras («El maestro», «El Rastro») le llevaron, tras la muerte del dictador, a fichar por la todopoderosa CBS de entonces. A mediados de los setenta, en una de sus películas («La otra alcoba», de Eloy de la Iglesia) conoció a Amparo Muñoz, Miss Universo española y actriz en ciernes. El flechazo fue instantáneo. Ella se desnudaba en lo que se llamaban «películas de destape» que eran una versión comercial y rijosa de entonces de lo que ahora hace «Femmen», es decir, usar la coartada de que el busto es revolucionario para poder enseñarlo. Su boda se celebró en el campo. Asistieron cinco mil personas (más que a algunos conciertos) y se retransmitió incluso por radio. De nuevo, el modelo de la expectación era foráneo. El matrimonio recordaba a aquellos sensacionalistas emparejamientos franceses entre el canalla revolucionario y la bella (del tipo Serge Gainsbourg con Jane Birkin, o Johnny Halliday y Silvie Vartan) que se habían dado unos años antes en el país vecino. La pareja duró poquísimo a causa de sus notables incompatibilidades: Patxi ejercía de macho vasquista con pantalón de pana y camisa a cuadros y la intérprete tenía amistades mucho más peligrosas que se adentraban en las sustancias estupefacientes. Lo contó ella, años más tarde, en una autobiografía apasionante y enormemente reveladora de la época.

Los tiempos iban cambiando y la progresía se iba delimitando de una manera nueva, anunciando ya lo que sería el progresismo actual y poniendo cada vez más exigentes sus filtros para dar su aprobado de superioridad moral. Por la parte derecha los progresistas se desprendieron del vasquismo machote y por su lado izquierdo empezaron a huir asustados de cualquier actitud que les pudiera relacionar con sustancias estupefacientes. Dejaban toda esa ruina exploratoria para los audaces jipis y rockeros. Patxi Andión salió perjudicado de la aplicación más exigente de los nuevos filtros. El mejor ejemplo es el episodio que acabó definitivamente con su carrera.

A principios de los ochenta, publicó el disco «Canciones prohibidas», donde se encontraba el tema «Mi niñez», de su autoría. Un verso de la canción decía «y me marché, oliendo a tabaco y coño», una franqueza que hoy a duras penas pasaría por pelos en un disco de Sabina si pillara a los aduaneros del «Me Too» con las tijeras afiladas. La parte feminista de la progresía se le tiró encima y prácticamente lo crucificaron. Con buen criterio, Patxi decidió que una vida de profesor de sociología sería mucho menos expuesta y más segura que aquellos guantazos y linchamientos en nombre de la exploración artística. Como había militado en el FRAPP y tenía buenos contactos en la Complutense con el departamento de Sociología hizo su tesis y abandonó el mundo de la farándula para dedicarse a ser profesor de Arte en la universidad. Ahí pasó, como espectador alejado del negocio, las siguientes tres décadas resultando prácticamente desapercibida su ausencia. Una vez jubilado, volvió a grabar este año pasado una colección de canciones que llegaron a una industria de la música española que había cambiado bastante. Su carisma personal provocó que apareciera mucho en diversas e interesantes entrevistas, como si el público supiera instintivamente que ahí se ocultaban claves peculiares y fascinantes de la curiosa evolución sociológica de nuestro país en los 70. Una década que, si en todas partes ya fue rara, en nuestro país, dadas las circunstancias, todavía lo fue más.