Opinión

Buscando a Bruto

No existen planes B, ni C, ni D para acabar con la situación de bloqueo en Cataluña salvo que Puigdemont diga lo contrario. Tan convencidos de ello están en el PdCat con su líder orgánica, Marta Pascal, a la cabeza como de que nadie hará un solo movimiento interpretable como traición al fugado de Waterloo. Ergo, sólo hay un plan A que pasa inexcusablemente por persuadir al ex president para que sea él y motu proprio quien, a ojos de toda la parroquia independentista, renuncie a su pretensión imposible de gobernar telemáticamente desde Bélgica. Para evitar la repetición de unas elecciones en Cataluña, otra vez convocadas por Madrid y, para más señas, por un señor que vive en la Moncloa y que además es del PP, para acabar con la tutela del 155 y consiguientemente para recuperar el control de los dineros, de los Mossos y de la maquinaria propagandística a plena potencia no existe más que ese plan A en virtud del que ni el bloque constitucionalista, ni ERC, ni la CUP, ni una importante mayoría de dirigentes pragmáticos del PdCat tienen demasiado que hacer más allá de ir enterneciendo las resistencias de quienes componen el núcleo duro entregado a Puigdemont, para que sean estos quienes acaben persuadiéndole «amablemente» de desistir.

Y en esas están. Con una piscina que la semana pasada algún dirigente de Esquerra Republicana me situaba como medio llena y con la previsión de que, muy probablemente en la que hoy comienza o poco más allá se muestre rebosante. Si dejamos a un lado las negociaciones al borde del ataque de nervios entre las formaciones de Junqueras y Puigdemont, con encuentros en Bruselas sublimando el género del absurdo y con filtraciones erróneas, rumores interesados y astucias de mercadillo, lo que va quedando es la constancia de que el independentismo ciertamente ha ganado las elecciones, pero está siendo derrotado en la batalla contra el Estado. Que Marta Pascal hable de «legalidad vigente» es una evidente prueba de pragmatismo, pero que desde la guardia pretoriana del ex president elementos como Eduard Pujol apunten que «no nos moveremos del compromiso con Puigdemont» es tan indicativo como que carga sobre el fugado toda la presión de liberar a sus más irredentos de algo que, en efecto, se queda en un compromiso de lealtad.

ERC y PdCat anhelan recuperar el poder –ya negocian, de hecho, repartos de consejerías– y encerrar a Puigdemont como al último emperador chino entre lujos y ensoñaciones en su particular «ciudad prohibida» de Waterloo, pero antes es probable que alguno de sus más irredentos le escuche susurrar aquello de «tú también, Bruto, hijo mío». La fruta madura –o podrida– está al caer.