Opinión

La importancia del nombre

Por favor, no crea usted que pretendo dar pistas sobre la persona que sucederá a Luis de Guindos al frente del Ministerio de Economía, aunque espero que suprima lo de «y Competitividad» porque es una obvia cursilada, y además difícil de pronunciar.

La verdad es que no tengo ni idea de quién puede ser, y tampoco me importan los nombres. Creo que, además, no deberían importarnos a ninguno, porque la clave de la figura del ministro de Economía, sea Ernestina o Ernesto, es que no haga mucho daño.

A la hora de las quinielas, la tentación habitual es identificar la política con la sociedad civil, y ponerse a pensar en las características curriculares del ministro, como si se tratara de buscar el mejor director financiero de una compañía.

Eso es un grave error, porque la política no es la sociedad, y el Estado no es un negocio. Pero haciendo caso omiso de esta realidad, los análisis se centran únicamente en perfiles profesionales. Así, si se tratara de poner un anuncio, sería más o menos así: «Se busca ministro de Economía. Deberá ser economista y saber idiomas, imprescindible el inglés. Disponibilidad para viajar».

Sin embargo, esto no garantiza nada. Después de todo, prácticamente todos los ministros de Economía de nuestro país, y del mundo entero, fueron personas que se ajustan a ese perfil. Y muchos de ellos, tanto en España como fuera, han sido capaces de perpetrar todo tipo de desastres sin cuento pero con cuentas: se las pasaron a los ciudadanos, que las pagaron a la fuerza.

Por lo tanto, no es una cuestión de destreza profesional: eso sería lo adecuado para una empresa, pero el Estado, repitámoslo de nuevo, no es una empresa. El Estado es una institución que puede hacer lo que ninguna empresa puede hacer: quitarle a la gente el dinero a la fuerza, y condicionar e incluso quebrantar sus contratos laborales a placer.

Las posibilidades del Estado a la hora de perjudicar a los ciudadanos son incomparablemente mayores que los de ninguna empresa de verdad, y ahí reside la importancia de que no haga daño, como ya apunté al principio.

¿Puede también ayudar? Sin duda alguna. Veamos el caso de la economía española. Tras varios años de crecimiento económico, existe el riesgo de que el proceso se vea interrumpido por diversas razones, tanto internas como externas.

La labor del nuevo ministro de Economía es, por lo tanto, contribuir a preparar a nuestra economía para esa circunstancia.

El centro de su misión debería residir en la tarea de flexibilizar todos los mercados, para que la economía pueda ajustarse en cuanto a precios, y no en cantidades, como suele suceder habitualmente. Abrir más los mercados, e impedir que estos se cierren, en España y en Europa, es su misión fundamental. Eso es lo que verdaderamente fomentaría nuestra competitividad, y no ponerla en el nombre del ministerio.

Y ahora, dígame usted, para hacer eso, para quitar trabas, obstáculos, reglamentaciones y burocracias onerosas y absurdas, ¿hay que ser economista, viajar, y saber idiomas? Pues no, lo que hay que tener es principios. Y eso, que es lo único que importa, es algo que pueden tener muchos Ernestos. Y Ernestinas.