Opinión

Toño

Los dibujos de Forges son muy divertidos, limpios y graciosos. Pero lo fundamental de su obra es el lenguaje. Forges dibujaba para iluminar la palabra, de la que fue un constante creador. Como Umbral, pero con mayor repercusión en la aceptación de la Real Calle, que es la verdadera Academia de la Lengua. Un dibujo ilustrando la palabra encerrada en bocadillos es más sencillo de digerir que un texto, por brillante que sea.

Ángel Antonio Mingote Barrachina, nació el 17 de enero, día de San Antonio Abad, de 1919. Y ese mismo día de 1942, nació Antonio, «Toño» Fraguas, dueño e inventor de Forges. Celebraban en casa de Antonio Mingote la cena de cumpleaños, y las tartas sólo se distinguían una de la otra por la aglomeración de las velas. Antonio Mingote era para todos los grandes dibujantes de su tiempo, el maestro. De Forges a Chumy Chúmez, de Peridis a Martinmorales, todos admiraban su arte y genialidad. Pertenecía a una generación anterior, la de «La Codorniz» de Mihura, Tono, Gila, Herreros, Nacher, Pablo, Mena, Abelenda, Máximo, y el elegante donostiarra Munoa. Lo mismo un Antonio que el otro Antonio se convirtieron en los protectores de los nuevos dibujantes. Ellos, sin saberlo, predominaban.

Ni Antonio Mingote ni Antonio Fraguas eran humoristas, en el estricto sentido de la aplicación. Escribió Umbral que decir que Antonio Mingote es un humorista es como escribir que Velázquez fue un «pintorista». «Mingote es todo lo contrario a un imbécil. Dibuja como pudiera hacer un romance, y pinta como si escribiera un soneto». Mucho de ello tenía también Forges, que retrató como un observador elegido la España convulsa de los últimos cincuenta años. Desde la creación de dichos, frases, y palabras adornadas por sus dibujos. Pero uno y otro fueron los dos grandes cronistas de la genialidad cotidiana. Y sufrieron sinsabores. En una cena en casa de Mingote, día de sus respectivos cumpleaños, Antonio contó que la opinión de un camarero estuvo a punto de terminar con su incipiente arte. Celebraba con su grupo de amigos la publicación de su primer dibujo en ABC en el restaurante «Arrumbambaya», en la zona de Barbieri. Y el camarero le hizo la crítica: «Su dibujo en ABC, don Antonio, y permítame la confianza, no tiene fundamento». Forges narró la llamada del director de «Pueblo» Emilio Romero a su despacho: «Oiga, amigo, a ver si deja de dibujar tonterías». En aquel tiempo, Forges tenía la palabra, pero sus dibujos eran muy mejorables. Para remachar la velada contra el engreimiento, Mingote contó – yo fui testigo-, lo que le pidió una mujer durante una firma en la feria del Libro: «Me lo dedica a mí, Leandra, y si quiere me dibuja alguna de esas gilipolleces que usted hace».

Toño Fraguas, que veía el mundo desde la altura, sufría aerofobia. No se embarcaba en un avión por todo el oro del mundo. Era su imaginación la que volaba y viajaba de un lado al otro. Perdió, quizá, en los últimos años, aquella serenidad poética de sus principios, y como todos los españoles se escoró por culpa de la política. Pero muy educadamente, con medida y sin permitir que la política le devorara. Un repaso a su obra permite y autoriza a escribir que quien se nos ha marchado era un genio. Sin resquicio para la duda.

Guardo como tesoro en paño una caricatura que me dedicó. En ella se adivina a un joven apuesto con las orejas remarcadas y una larga nariz. En aquellos tiempos el que firma llevaba el pelo largo, dentro de un orden. Y el bocadillo, grande, guarda unas rimas: «Afilada la nasal,/ de parachoques, cabello,/ el porte más bien juncal,/con un no sé qué en los huesos,/ que le da gran marquesal/ fachada, sin facha serlo».

Me figuro el vacío de Pilar, su mujer, «la mitad sufrida de Forges», según su dedicatoria en el Libro de sus cincuenta años de trabajo, editado por Espasa. Los besos y los abrazos se dan, y no se envían impresos. Yo lo hago con mi pena y admiración, y los vuelo hacia Pilar en forma de elegía.