Opinión

El científico empecinado

Almorcé el pasado miércoles con mi viejo amigo Matías Díaz Padrón, durante muchos años conservador jefe de pintura flamenca y holandesa del Museo del Prado. Matías, el irreductible. El científico sabio que se enfrentó sin tapujos a los caprichos políticos de los directores del Prado. Enconadas fueron sus divergencias con Pérez Sánchez y Manuela Mena, la fracasada «goyicida». Muchos años atrás, Matías visitó el convento de las Agustinas de Salamanca, sito en las inmediaciones del palacio de Monterrey de los Alba, en el que Luis Martínez de Irujo, el primer marido de Cayetana Fitz-James Stuart, el Duque de verdad, culto, señor y entregado a la preservación del patrimonio artístico de la Casa, pasó las peores noches de su vida. – «No hay un fantasma en Monterrey. Hay tres, y se llevan fatal, y ahí no hay quien duerma».

Matías se deslumbró con la impresionante Inmaculada Concepción de Ribera, que centra el altar. A sus lados, cuatro buenos lienzos atribuidos a pintores italianos y un copista de Rubens. Pero Matías descubrió en el atribuido al copista de Rubens, trazos y colores del genio. Y después de treinta años de estudios, seguimientos, análisis y comparaciones, se ha confirmado la buena sospecha. Rubens es el autor de «San Agustín meditando sobre el misterio de la Santísima Trinidad». –¿Lo saben ya las monjitas?–, le pregunté. –No, pero deberían saberlo–. Junto al maravilloso Ribera, las Agustinas de Salamanca tienen una nueva joya. Un lienzo de Pedro Pablo Rubens. Matías, que acaba de editar su formidable obra «Van Dick en España», se ha sacado desde su sabiduría y meticulosidad un Rubens de la manga.

Hablamos del Museo del Prado, del Ateneo, del despropósito agresivo del Cubo de Moneo –«que sólo ha servido para destrozar la armonía del barrio más bello de Madrid»–, y del estúpido traslado de los mejores fondos del Museo del Ejército al Alcázar de Toledo. «Se han perdido muchas piezas, banderas del XVI y el XVII, que no han resistido el traslado. Nuestro Museo del Ejército en el Salón de Reinos era, sin duda, el mejor del mundo en su materia». Y de ahí saltamos a los caprichos de los políticos. Que Aznar es el responsable de esas malas artes. Como todo aspirante a dictadorzuelo, se empeñó en culminar la obra de su inmortalidad. Lo hizo sin oposición, con la ayuda obediente de Miguel Ángel Cortés y Alfredo Pérez de Armiñán, hoy Presidente –y muy respetado–, del Patrominio Nacional. Antaño se equivocó apoyando la chapuza. Nada tengo contra Moneo, que entre los arquitectos está reconocido como uno de los más grandes. Pero eso que proyectó para la ampliación del Prado se ha demostrado tan chocante y feo como inadecuado. Y el desmantelamiento del Museo del Ejército responde a otro motivo. El desafecto acomplejado que siempre sintió Aznar hacia las Fuerzas Armadas. El Alcázar de Toledo es una dignísima sede para el Museo, hoy disperso y deslavazado. Me lo enseñó el gran general Fulgencio Coll, siendo ministra de Defensa Carmen Chacón. «Tenemos prohibido abrir al público el despacho del General Moscardó y la cripta del Alcázar». Es de esperar que esas prohibiciones se hayan cancelado.

Las Malas y las Bellas Artes. De nuevo en Salamanca, en la capilla de las madres Agustinas, ante el altar que centra la monumental Inmaculada Concepción de Ribera, más feliz ahora en su grandeza sabiendo que a quince centímetros tiene de compañía a un San Agustín de Pedro Pablo Rubens descubierto, estudiado y analizado por Matías Díaz Padrón. Y El Prado, siempre El Prado. «¿Cómo vamos a hablar de la ampliación del Prado si ha servido tan sólo para que ciento cincuenta obras hayan sido descolgadas y descendidas a los sótanos?»

En compensación, hay que celebrar el descubrimiento-nacimiento del nuevo Rubens. Gracias a don Matías, el científico empecinado.