Opinión

El marqués de Comillas

A mediados de los ochenta del pasado siglo, el grupo municipal de Herri Batasuna propuso eliminar de San Sebastián cualquier vestigio de la Familia Real española. Escribí recomendándoles que adquirieran una bomba atómica para llevar a buen término su proyecto, porque en cualquier esquina de San Sebastián, el paso y la memoria de la Corona están presentes. El Palacio Real de Miramar, el Teatro Victoria Eugenia, el Hotel María Cristina, el Real Club de Tenis, el Real Club Náutico, el monumento en los jardines de Ondarreta de la Reina Regente, las calles del Príncipe de Asturias y de los Infantes Don Jaime, Don Juan, Doña Cristina, Doña Beatriz y Don Gonzalo, la Real Sociedad Donostiarra de Amigos del País, y la Real Sociedad de Fútbol, orgullo de todos los donostiarras. Eso, nada más y nada menos que la Real. Ante semejante panorama, los burros renunciaron a su propósito. Por otra parte, casi todas las grandes villas de Miraconcha, Ondarreta, los Altos de Ategorrieta y el Monte Igueldo, se alzaron por la nobleza madrileña al establecer Alfonso XIII la capitalidad estival de España en San Sebastián.

La ciudad de Barcelona le debe mucho a don Antonio López y López, primer marqués de Comillas, natural de la Villa de los Arzobispos, en Cantabria. Le debe tanto que es difícil comparar sus méritos con otros grandes hombres naturales o establecidos en la Ciudad Condal. Más de lo que Madrid debe al marqués de Salamanca o Arturo Soria. Pero el presumible Gobierno Municipal de la grosera alcaldesa Colau ha decidido, con carácter de urgencia, retirar la estatua de Antonio López y depositarla en los sótanos del Ayuntamiento, compartiendo silencio y olvido con diferentes bronces y mármoles de la Familia Real. El comillano Antonio López, eligió Barcelona para desarrollar su portentosa capacidad empresarial y social. Creó la Compañía Transatlántica Española y la Compañía General de Tabacos de Filipinas. Y como ha escrito su sucesor, Alfonso Güell y Martos, IV marqués de Comillas en su carta al Director de La Vanguardia, fue mecenas de artistas, arquitectos y escritores esenciales para comprender la «Reinaxença» catalana. De la posterior unión de los Comillas con la familia Güell, surge el mecenazgo de Gaudí y todo lo que ello significó. También ha escrito la actual Alcaldesa de Comillas, María Teresa Noceda a la Colau. Le da una lección histórica. Y le recuerda el apoyo de Antonio López a grandes artistas como Martorell, Oriol Mestres, Oliveras, Gaudí, Cascante, Llimona, Vallmitjana, Amigó o Rigalt, muchos de los cuales dejaron su talento en Comillas. Y le trae a la memoria la alcaldesa comillana a la resentida podemita el contrasentido de retirar el monumento urbano de don Antonio, cuando su vivienda, el «Palau» Moya, es actualmente la sede del Servicio de Patrimonio Cultural de la Generalidad de Cataluña. En junio, otro descendiente del marqués de Comillas, Joaquín Güell y Ampuero, publicó con el mismo motivo un memorable y definitivo texto. Pero nada hay que hacer. La alcaldesa Colau, incompetente y ferozmente inculta, no se mueve por el interés de Barcelona, sino por sus deseos de revanchismo, su odio a todo lo que representa lo que ella, desde su incomensurable complejo de inferioridad, rechaza. Se sostiene la decisión municipal en un hecho no probado. La explotación de esclavos en las empresas del marqués. Como recuerda la Asociación Catalana de Capitanes de la Marina Mercante «juzgar con criterios del siglo XXI los hechos del siglo XIX abocaría a una destrucción irracional de la historia, y que la acusación a López de esclavista, es una falsedad que procede de un cuñado despechado por la herencia familiar».

Si desea conocer la inculta Colau a unos esclavistas que en los siglos XX y XXI han maltratado, torturado y asesinado en Cuba a decenas de miles de negros y blancos, le ofrezco una pista. Los hermanos Castro. Y está demostrado.

Mañana, domingo, el montañés que hizo por Barcelona más que muchos grandes barceloneses juntos, pasará su primera noche en los calabozos subterráneos del Ayuntamiento,en espera de la llegada a la alcaldía de Barcelona de una persona más normal, justa, e instruida.