Opinión

Miraditas y un tonto

Se disponía a votar el inhabilitado Berlusconi cuando surgió con vehemencia una felina y ágil militante de Femen con el torso desnudo. «Berlusconi, tu tiempo ha pasado», se leía en su cuerpo. Berlusconi no lo leyó, pero miró. Menuda miradita. La militante se dejó llevar en volandas por un voluntarioso grupo de hombres, y Berlusconi votó con expresión beatífica. Tenía razón la chica de Femen. El tiempo de Berlusconi ha pasado. Cuando un hombre se tiñe el pelo con reflejos anaranjados está reconociendo el final de su trayecto como seductor. Lo mismo que los sometidos a trasplantes capilares y entretejidos para huir de la alopecia. Hay mujeres que sólo se enamoran de los calvos. La calvicie es mucho más digna que la coleta, la melenilla o las rastas. El 80% de los grandes científicos, humanistas, teólogos, intelectuales y catedráticos con prestigio, son calvos. Berlusconi presentaba un aspecto que inspiraba respeto cuando la calvicie se extendía por un amplio espacio de su occipucio. Eliminó la calvicie, se implantó unos arbustejos en la chochola y los tiñó de castaño con vocación de mandarina. Su tiempo, efectivamente, ha pasado. Pero no en las miradas. El hombre pierde la fuerza pero no el fulgor de sus ojos. Y se iluminaron resplandecientes mientras la militante de Femen le mostraba lo que el poeta llamó «dos olas que brillantes hieren los rayos de la luna».

En mi lejanísima juventud, una de las mujeres más atractivas de la provincia de Guipúzcoa, Mercedes de Panieur Goicoechea, nos lo tenía advertido a sus pretendientes. «No os acerquéis a mí si no sois calvos». Casó con un elemento al que denominábamos «Bombilla», por la nula frondosidad pilosa de esos artefactos que procuran la luz eléctrica. Berlusconi no ha sabido adaptarse a la grandeza del deterioro. Pero no ha perdido el buen gusto. Ha perdido el respeto, el prestigio, el poder y la vergüenza, pero no la sensibilidad ante la armonía femenina. Y la militante italiana de Femen, además de ágil, era sorprendentemente bella. Italia siempre triunfa. Eso, la herencia de Roma.

Entiendo que tendría que escribir de otras cosas, pero me ha impactado –comparada con las de España y otras naciones–, la armonía estética de la militante italiana de Femen. El mensaje escrito en su cuerpo no se sustentaba en el insulto y la grosería, sino en una elegante opinión. Un mensaje subjetivo y parcial, pero no calumnioso ni difamatorio. Harían bien en aprender de ella las militantes españolas de Femen, menos sutiles en su literatura corporal, y mucho más alejadas de la estética que la italiana de marras.

El problema, y grave, es que el asunto ya no da más de sí. Y que aún me resta un amplio espacio para dar por culminado el artículo. Por ello, salto con agilidad y aterrizo ante el tonto de Josep Miquel Bausset. Y ustedes se preguntarán. ¿Quién es Josep Miquel Bausset? Se trata de un monje de Montserrat, que en su prédica dominical se olvidó de hablar del Evangelio, y dedicó la homilía a los asuntillos independentistas. Que los «presos políticos», que el «Govern» legitimo, que la violencia policial, que la banca española, que patatín y que patatán. Menos mal que los curas de Montserrat tienen limitado su ámbito de acción, porque un tipo como éste, de dejarlo suelto, es de los que te rompen una estaca en la cabeza si no llevas el lazo amarillo amarillo de Guardiola o la Estrellada cubana. En fin, que algo hay que agradecerle. Me ha llenado el artículo, porque lo de Berlusconi carecía de fundamento para una mayor extensión.

Todos los 5 de marzo me sucede lo mismo. Que no doy una.