Opinión

Apostillas a un legítimo «8-M»

Más que una línea recta, el camino hacia la igualdad de género es una bifurcación de senderos a veces innecesariamente procelosos a la hora de señalar quiénes y de qué manera son los moralmente autorizados para fijar la hoja de ruta. Por eso no estarían de más algunas consideraciones a propósito de la legítima huelga convocada para mañana «8-M», día internacional de la mujer. Empezaré por lo sustancial donde mi escala de valores es favorablemente clara hacia tan justa causa y dejaré para el final lo circunstancial que, eso sí, merece alguna obligada apostilla. Pues bien, lo que se reclama es algo tan de justicia como acabar con la brecha salarial y la discriminación de la mujer en todos los ámbitos laborales. Desigualdad tan cierta como que ellas cobran un 25% menos de media, ellas son el 51% de la población española, ellas suponen el 58% de titulaciones universitarias, ellas son el 47% de la población activa y sin embargo ellas están lejos en nuestro país del 40% de presencia en consejos de administración propuesto por la UE. Hechos irrefutables que justifican de punta a punta el clamor al que no podemos ser ajenos, como irrefutable es que en esa lucha, España es –datos en mano– una de las naciones que más ha avanzado en menos tiempo. Ergo, todo el apoyo de quien suscribe a la batalla contra la discriminación.

Sentado pues lo sustancial, en lo circunstancial no deja de llamar la atención el nuevo escenario. Esta legítima movilización no es una huelga al uso. Llega cargada de simbología y ebullición en las redes sociales donde, –digámoslo todo– también transita mucho progre de salón y mucha «revolucionaria de Manolo Blahnik». La huelga es tan exigente con lo «políticamente correcto» que hasta ha conseguido sintonizar en una misma frecuencia de banda –¡acabáramos!– a comités de empresa y direcciones de compañías. Sin ir más lejos, en las galas cinematográficas de los César y los Oscars este fin de semana y especialmente en nuestros Goya, donde famosos y famosas ejercían su capacidad de ser oídos, se daba la curiosa circunstancia de que sus denuncias ante la desigualdad laboral parecían dirigirse al bulto o contra una mera maldición bíblica cuando en realidad a quienes tenían delante era justamente a políticos, a directores y a productores en cuyas manos se supone que está la solución al problema y claro, lo mejor de todo era cuando estos últimos rompían a aplaudir fervientemente las intervenciones. ¿Postureo? ¿Hipocresía? Que cada cual saque sus conclusiones pero sobre todo que el de mañana sea el día de la dignidad y la igualdad, no el de las flautistas de Hamelin.