Opinión

Schlichting en huelga

Mis grandes mentores han sido hombres estupendos, desde Luis María Anson, pasando por Pedro J. Ramírez hasta los obispos de la Conferencia Episcopal Española o los directivos de La Razón, Mauricio Casals y Francisco Marhuenda, que ahora me dan espacio con su valentía. Todos apostaron por la chica de apellido impronunciable y temperamento indómito. Casi siempre me han pagado bien y me parece estúpido cuestionar la adhesión al 8 de marzo de mujeres como Julia Otero o Ana Rosa Quintana en virtud de sus buenos sueldos. Nosotras protestamos porque es nuestro deber. En primer lugar, porque en el resto del mundo es un problema ser mujer. Cuando no te rebanan el clítoris, te obligan a heredar menos que tus hermanos, te impiden la educación o te casan a la fuerza. Pero también porque aquí sigue habiendo mujeres que cobran menos o mujeres excluidas de la cadena de mando de las empresas. Las sufragistas del XIX lucharon por el voto; las feministas del siglo XX por la igualdad legal, ahora reclamamos la igualdad de trato y oportunidades. Apenas hay un 4 por 100 de directivas en las 500 principales empresas del mundo. Aunque Angela Merkel o Margaret Thatcher han roto el techo de cristal de las cancillerías, en España ninguna mujer ha accedido a la Presidencia, ni se la espera. En el mundo empresarial, Ana Patricia Botín sigue siendo una rareza y, en Prensa, ningún periódico nacional ha sido dirigido por una mujer. Hay más mujeres periodistas que hombres y, sin embargo, los jefes son varones, las tertulias están masculinizadas, las directivas son de señores. Hay un límite de ascenso laboral para la mujer. Entre otras cosas porque ser madre constituye un obstáculo para trabajar. Porque las empresas y el Estado no asumen la relación económica en la tarea de tener hijos y educarlos. Lo de menos es la huelga. Hay sindicatos que proponen parar dos horas hoy; otros, toda la jornada; partidos que apoyan y partidos que no. No comparto en su integridad la convocatoria del movimiento feminista. Yo no creo en la lucha de clases, ni en trasladar ese esquema al enfrentamiento con los hombres. No busco un modelo antisistema, aunque tengo presentes los grandes males del capitalismo que subrayan los Papas. Eso de definir la sociedad como un “heteropatriarcado” me parece una simpleza. Pero ninguna de estas consideraciones me apeará de la convicción de que la mujer no tiene aún las mismas oportunidades que el hombre. Occidente es diferente. En ningún otro lugar del mundo mujer y hombre son iguales en dignidad, por eso debemos luchar para hacer realidad lo que nos define. Por fidelidad a nuestras raíces. Por nuestras hijas. Por mi hija, Inés.

Occidente es diferente. En ningún otro lugar del mundo mujer y hombre son iguales en dignidad, por eso debemos luchar para hacer realidad lo que nos define. Por fidelidad a nuestras raíces. Por nuestras hijas. Por mi hija, Inés.