Opinión

La taberna

En los años de la posguerra teníamos en casa la taberna. Había que cruzar la entrada, con el horno a la espalda y el corral enfrente, empujar la puerta del portal, que siempre estaba abierta, y entrar en un pequeño reducto a la derecha con tres o cuatro mesas bajas y unos taburetes. En la mesa principal había una vieja balanza de hierro, con platillos dorados y pesas negras, en la que se pesaba el racionamiento. El pequeño local recibía luz por una ventana que daba al corral. Al fondo había una chimenea ennegrecida y abandonada, con llares colgando, que nunca vi con lumbre, aunque en casa se conocía por la «cocina de abajo». El fuerte olor de los arenques de barril se mezclaba con el del tabaco de picadura y el agridulce aroma del pellejo de vino. Este escenario formó parte de mi infancia. Los hombres pasaban allí las tardes del domingo, cuando no apretaba la cosecha. Las mujeres, no. Nadie se lo prohibió, pero todo el mundo daba por sentado que la taberna era cosa de hombres. Envueltos en el humo del tabaco de petaca y en los divinos efluvios del vino, que suelta la lengua al principio y la traba luego, se jugaban al guiñote, en pareja, un cuartillo de vino, que se bebía en «chatos», vasos pequeños de culo gordo. El tío Co era a la vez tabernero y jugador.

La taberna tal como aquí se describe ya no existe. Los bares modernos son otra cosa, «ambisexo», por supuesto. También en esto los tentáculos de la ciudad van apoderándose de los pueblos. En el pueblo la taberna era casi tan imprescindible como la escuela. Cumplía una función social. El nombre y el origen son estrictamente latinos. Hablo de la «taberna vinaria», es decir aquella en que se sirve vino. En las tabernas romanas se ofrecía también comida. He encontrado en internet el siguiente anuncio que figuraba en la entrada de una taberna romana: «Habemus pullum, piscem, pernam et panem». (O sea: «Tenemos pollo, pescado, carne y pan»). Y por supuesto, vino. Y no se trata de reivindicar aquí el lenguaje tabernario, tan extendido hoy, ni de ponderar la contribución de la taberna a la elevación del espíritu humano, sino sólo de dejar constancia de que en el pueblo era casi el único espacio para el esparcimiento y la camaradería de los hombres. Como dice Baltasar de Alcázar,» grande consuelo es tener/ la taberna por vecina. / Si es o no invención moderna, /vive Dios que no lo sé,/ pero delicada fue/ la invención de la taberna».