Opinión
El violetero
El protocolo se ha simplificado –por fortuna-, de unos decenios a la actualidad. En las invitaciones a solemnes actos de antaño, se leía en el ángulo inferior izquierdo: «Señores. Frac y condecoraciones. Señoras, vestido de noche». El frac ha desaparecido. Los académicos lo alquilan en Cornejo para leer sus discursos de ingreso en las Reales instituciones culturales. Pero la norma impone la mariposa corbatera negra, no la blanca. En pocos años, en las invitaciones se leerá: «Señoras y Señores. Chándal de noche y lazos». Porque los lazos han sustituido a las condecoraciones, son más livianos y se pueden elegir de todos los colores. Por otra parte, los lazos se pueden adquirir libremente en grandes almacenes y pequeñas mercerías, mientras que las condecoraciones no están al alcance de todos. Para lucirlas es necesario que previamente hayan sido concedidas.
El lazo solapero nació como gesto de ánimo y solidaridad con los enfermos. El lazo rojo del SIDA, el rosa del cáncer... Eran aquellos lazos portadores de consuelo y afecto hacia quienes padecían tan graves males. Pero aquella buena voluntad fue aplastada por la moda. La gente se prendía lazos que nada tenían que ver con fines humanitarios. Para interpretar los mensajes había que estudiar lazología, la ciencia que descifra la interpretación de los colores y tonos de los lazos. Surgieron los lazos blancos, azules, verdes, naranjas, morados, violetas y amarillos, estos últimos muy habituales en las solapas independentistas catalanas. Del amarillo pollo al amarillo Waterloo, están el amarillo crema, el amarillo yema, el amarillo chino, el amarillo tenue, el amarillo refulgente, y el amarillo dorado. Los naranjas tampoco significan la misma cosa. El naranja mandarina nada tiene que ver con el apomelado, el crepuscular y el cola de ciprino. Y para interpretar los lazos verdes hay que estudiar mucho, porque los verdes –la naturaleza lo demuestra–, son innumerables. Un verde encina en nada se parece a un verde prado, y un verde sauce nada tiene que ver con el verde haya.
El lazo que se repartía entre los manifestantes del Día de la Mujer era color violeta. Pero del violeta al morado media escaso trecho, y una buena parte de los convocantes de la magna manifestación se escoraron hacia el morado estalinista en perjuicio del violeta feminista. Como si los lazos arreglaran las cosas. Un lazo no sirve para nada, y ahí está la prueba de Puigdemont, Guardiola, Torrent y compañía. Lazo amarillo para que Jordi sea liberado por la Justicia, y Jordi que sigue en la trena.
No tenía a Rajoy como aficionado a la lazología. Pero el pasado 8 de marzo, Soraya le obligó a prenderse el lazo violeta en la solapa. Rajoy es el Presidente del Gobierno de todos los españoles. Y más de la mitad de los españoles son mujeres, españolas. Y más de la mitad de las españolas –en su partido, abrumadora mayoría–, rechazan el significado o la intención de ese lazo. Ese lazo no dice nada y consigue menos, pero en la solapa del Presidente del Gobierno no pega. Las izquierdas se adueñaron de su significado influidas por los medios de comunicación y el periodismo militante. La brecha salarial. Brecha salarial es la que se establece entre Julia Otero, que se puso el lazo, y las periodistas de su equipo, que se lo pusieron también. Al final, pura política parcial, porque el lazo violeta no está en condiciones de cambiar nada. Y por otra parte, aunque el objetivo sano y justo es terminar con la discriminación de sexo, en España gozamos de una sociedad adelantada que poco a poco va consiguiendo la igualdad.
Que se ponga el lazo Garzón –cualquiera de ellos–, carece de importancia. Que lo luzca el Presidente del Gobierno y de un partido rechazado por los repartidores del lazo, se me antoja cobarde e inoportuno.
Claro, que si Soraya...
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