Opinión

Influir

El imperio de la influencia, el crédito de los «influencers», ha cambiado el tablero del prestigio en todos los aspectos de la vida. Tanto que ni quisiera el prestigio es lo mismo ahora que antaño. Los nuevos modos de influjo social han desbancado a los antiguos usos de otras épocas, cuando reinaban los mass-media, que ejercían un predominio absoluto. Entonces, los medios señalaban qué era bueno, correcto, deseable... Lo hacían directa y/o veladamente, mediante discursos ideológicos, editoriales con un sesgo muy claro y orientado desde el punto de vista de la doctrina política a la que estuviesen adscritos, según su partido, religión, ideales..., o a través de la publicidad, que durante un tiempo usó mecanismos «subliminales» para incitar al consumo de productos, y no solo eso: también con el objetivo de transformar los hábitos de gasto y las conductas y estilos de vida de los ciudadanos. La irrupción de internet democratizó la influencia. Convirtió a cualquiera que dispusiera de una conexión ADSL y la iniciativa o habilidad necesarias, en un candidato serio a marcar tendencia, camino, ascendente sobre un número potencialmente ilimitado de consumidores desconcertados ante la apabullante oferta de todo tipo de «cosas»... Los «influencers» monetizan su labor, no siempre al contado, sino también por medio de invitaciones, comidas gratis, regalos... Una joven modelo puede abrir un perfil en redes sociales y, armada de un buen teléfono inteligente que disponga de una cámara apañada, con una larga serie de filtros artísticos, puede constituirse en un gancho estupendo para vender ropa, comida, muebles, ideología... Ni siquiera necesita la ayuda de un fotógrafo profesional o un estilista. Poner en marcha el negocio de la influencia resulta asequible. Condición necesaria es lograr seguidores. Algo muy fácil y económico, porque se pueden comprar «bots» en grandes cantidades a un módico precio. Solo es influyente quien cuenta con un número de seguidores de muchos «K». Los «bots» no valen nada porque no son nada, no llegan a ser robots, solo son perfiles zombis que carecen de profundidad, como los malos personajes de las novelas baratas. Los «bots» forman parte de un ejército de «nadas» que crece en las sombras de internet, alimentado por nuestro vacío. Y son los principales seguidores de muchos «influencers».