Opinión

El Padre Pío y el Real Madrid

A punto está de salir a la calle el últimmo libro de José María Zavala «El Santo. La revolución del Padre Pío», editado por Planeta. El santo de los estigmas. Manos, pies y costado heridos como el cuerpo de Cristo. Pío de Pietrelcina, uno de los personajes más grandes y humildes de la Iglesia. José María Zavala ha estado muchas horas con Matteo Pío Collella Ippólito, aquel niño devastado por una enfermedad incurable que fue acompañado en su agonía por el alma del Padre Pío: «Matteo, no te preocupes, te curarás muy pronto». El profesor Di Raimondo recuerda en el libro de Zavala el diagóstico de la enfermedad de Matteo: «Infección meningococica gravísima, con importante coagulopatía y correlato de síndrome de insuficiencia orgánica múltiple». Matteo despertó ante el pasmo y la alegría de los médicos. Su experiencia fue fundamental para que Juan Pablo II lo canonizara en el año 2002.

Me van a permitir una posible frivolidad, que me acompañó durante toda mi infancia. Mi madre tenía tres hermanas solteras, que vivían en nuestra casa, profundamente devotas del Padre Pío. No es frecuente tener cuatro madres, pero mis hermanos y yo las tuvimos. Eran las tres, apasionadas madridistas. Cuando el Real Madrid disputaba algún partido importante, mis tías montaban un pequeño altar con las fotografías del Padre Pío, del Hermano Gárate y de su padre –mi abuelo– Pedro Muñoz-Seca. Encendían la vela frente a la foto del Padre Pío, y la verdad es que el Real Madrid ganaba con tanta frecuencia como facilidad. Para mí, que además de la ayuda celestial –el Padre Pío aún vivía–, del santo de Pietrelcina, el Hermano Gárate y don Pedro Muñoz-Seca, mártir de la Iglesia, algo tuvieron que ver en las grandes victorias nacionales y europeas del Real Madrid, Di Stéfano, Puskas, Gento, Rial, Kopa, Santamaría y Juanito Alonso. Jugaba el Real Madrid contra el Barcelona el partido de vuelta de una semifinal de la Copa de Europa en el «Nou Camp» que ahora se llama «Camp Nou». Todos nerviosos, menos ellas. –Como comprenderás, no hay manera de que pierda el Real Madrid. Entre el Padre Pío, el hermano Gárate y el Abuelo Pedro el Barcelona no tiene nada que hacer. Su fundador fue un suizo masón–. Y ganó el Real Madrid por 1-3, si bien hay que reconocer que Puskas, Di Stéfano, Gento, Del Sol y Canario se merendaron con un juego extraordinario a Kocsis, Szibor, Kubala y compañía.

Cuando el Real Madrid disputó su primera final con el Benfica de Lisboa se produjo el desastre. Mis tías, junto a mi madre, habían viajado al Puerto de Santa María. No se montó el altarcillo. Y para colmo de males, la influencia de la Virgen de Fátima no era desdeñable. El Real Madrid metió tres goles, los tres de Puskas, al Benfica. Pero los lisboetas le endosaron cinco al Real Madrid, con Eusebio, Coluna, Simoes, Torres y demás entrometidos lusos. Entre el olvido de las tías y la lógica y comprensible preferencia del Benfica por parte de la Virgen de Fátima, nos quedamos sin la Sexta. Al cabo de los años, de la infancia al imparable otoño, lo de la Sexta ha perdido toda su importancia. Tenemos doce.

Zavala es un gran escritor e historiador. Su obra siempre se alumbra de originalidad y valentía. Pero se le ha pasado este importante detalle que no es merecedor de futuros olvidos. El Padre Pío, el Santo de los estigmas, el humilde capuchino de Pietrelcina, era y es acentuadamente madridista. Cuenta con toda mi devoción, cariño y gratitud. Y recuperaré, a partir de ahora, el rito del altarcillo. El Padre Pío ya es santo y mi abuelo está inmerso en su proceso de beatificación junto a otros compañeros mártires de Paracuellos. Entre los dos y la Virgen del Pilar –al Hermano Gárate, por su apellido atlético lo mantengo en la reserva–, conseguirán que el Real Madrid consiga su decomotercera Copa de Europa. Contando con Cristiano Ronaldo, escrito sea de paso.