Opinión
Lobo y buitre
Me adelanto a las suspicacias. Admiro al lobo y me pasmo ante su belleza. Lo hago porque no soy ganadero, como es obvio. A mi amigo Jaime, que vive de la ganadería vacuna que tiene en su campo, hoy inmerso en el Parque Nacional del Guadarrama, el lobo no es objeto de su admiración. En los últimos años, más de doscientos terneros de su propiedad han sido sacrificados por las manadas de lobos que ya han colonizado las vertientes norte y sur de las sierras de Madrid. La línea que separa la facilidad burocrática para recuperar las pérdidas y los daños que el lobo causa en las ganaderías y rebaños la estableció la Unión Europea. La línea se llama Duero. Duero arriba, y siempre con un permiso especial, el lobo puede ser abatido. Duero abajo, el lobo es sagrado. Duero arriba, los daños se reparan con aceptable retraso, y Duero abajo es necesario tener, además de una exquisita buena educación, la paciencia del Santo Job.
He leído el artículo «Las Águilas» que firma Salvador Sostres en ABC. Y en su conjunto estoy de acuerdo. Los buenos animalistas, los cuidadores extremos de la naturaleza, son los cazadores, los guardas, los ganaderos, los taurinos, los pastores y los propietarios de cotos de caza y fincas de labor. No comparto su temor por las águilas. Para mí, que igual Sostres que su amigo catalán pallarés, confundieron las improbables águilas con seguros buitres. Las águilas son individualistas, decididamente europeas, en tanto que los buitres son proclives a reunirse en gran cantidad en vuelos colectivos, como las izquierdas humanas y humanoides. El buitre, otra tontería de Europa. Tanto el negro como el leonado son intocables, y su abundancia se ha convertido en un peligro. Atacan a los seres vivos y ya se han dado casos de agresiones a seres humanos, principalmente niños. Sólo en la zona de Sierra Morena que abarca desde «El Horcajuelo» al Santuario de Santa María de la Cabeza se calculan más de cinco mil buitres, número que jamás reconocerán los amigos de los buitres, como tampoco los amigos del lobo. Porque una cosa es amar y defender a los animales salvajes, y otra muy diferente –la más frecuente– vivir a costa de ellos amparándose en fundaciones, asociaciones ecologistas y grupos animalistas generosamente subvencionados.
En Sierra Morena y con menor impacto en los Montes de Toledo y la extremeña Sierra de San Pedro, gracias a los desvelos y la generosidad económica de los propietarios de cotos de caza, el lince ibérico ha encontrado su salvación. He tenido la fortuna de ver al lince, libre y sin collares torturadores, en varias ocasiones en las dehesas movidas de un gran amigo que ha multiplicado los ejemplares por cuatro. Y algo parecido está sucediendo en los bosques cantábricos con el oso, con la diferencia de que allí se mueve una fundación, la Fundación Oso Pardo, seria y científica. Si por los animalistas aficionados fuera, si de los ecologistas coñazo dependiera el futuro de estas especies, ya se habría determinado su extinción.
Se desplazan por España, Duero arriba y Duero abajo, centenares de grupos de lobos. Félix Rodríguez de la Fuente se sentiría feliz con el desarrollo de la especie. Pero el lobo no es un bendito. Es un soberbio y maravilloso animal con instinto sanguinario que no se contenta matando para alimentarse. Mata por matar. Y los ganaderos perjudicados, algunos al borde de su ruina, no entienden la pedantería oficial que proteje al lobo en perjuicio del hombre. El sistema de compensación económica no puede distinguir en su ritmo burocrático a los damnificados del Duero hacia arriba y del Duero hacia abajo. Y el día que un grupo de buitres provoquen una tragedia humana, los pedantes del falso animalismo podrán ser señalados como los principales responsables.
«Los toros, libres en las dehesas», proclaman los cretinos. El antitaurinismo sólo tiene un objetivo. La desaparición del toro bravo. Libres en las dehesas y muertos de hambre por la ruina de los ganaderos.
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