Opinión

Soporífero Turull

Estos días sórdidos, de sucesos con menores asesinados, no levantamos cabeza. Media España afronta, entretanto, el enésimo temporal invernal, con sus ciclogénesis explosivas correspondientes.

Y ahí fuera, Donald Trump sigue provocando dimisiones en su núcleo duro, al tiempo que le surgen alrededor voluptuosas amantes, lo suyo es un no parar. Últimamente, os informamos de másteres de políticos en duda y de sus explicaciones tardías, sospechosas. ¡Ni Zuckerberg se libra de las lupas! Todo cambia alrededor, mientras ellos permanecen. Los políticos independentistas catalanes siguen empecinados en mantener vivo el Procés, a eso dedican sus días (y desgastan los nuestros, de paso). Próximamente, si nada lo remedia, sacrificarán al «plan C». Al candidato Jordi Turull que ayer, en la sesión de investidura, lanzó un mensaje explícito de respeto y de «mírame y no me toques» al juez Pablo Llarena, que le interroga hoy en el Tribunal Supremo. Al magistrado erigido en verdadero protagonista del culebrón catalán. Todo sucede al compás de lo que él dicta. Turull no dio ayer motivos para que el juez del Supremo pueda apreciar, en su discurso de investidura, indicios de que el candidato pretenda reincidir en delitos que puedan suponerle la prisión preventiva, más bien al contrario: desglosó un mensaje en tono conciliador y pidió diálogo, sin mencionar la palabra independencia. En resumen, estiró un poquito más el chicle.

Turull dispuso de una hora en el atril para despertar ánimos, aunque ni de lejos lo logró. La CUP, con su anunciada abstención, le había robado desde un principio los focos. Habló Turull en aranés, en un debate de investidura apreciable para una minoría. Articuló sus ideas a los cuatro vientos en tono monocorde y aburrió a las ovejas, discúlpame la franqueza.

Escuchándole, se me cerraban ayer los ojos sin remedio. Habrá que esperar a la segunda votación del sábado, tras el descanso de hoy, para ver cómo acaba la obra.

Me pregunto qué pasaría en Cataluña si, en unos meses, se celebran nuevas elecciones. ¿Castigarían los votantes este estado desgobierno y este bloqueo continuo? ¿Habría una movilización masiva de constitucionalistas? ¿Qué harían los afines a Albert Boadella? La fábula tabarnesa ha despertado el ingenio popular. Moraleja: si tienes problemas de insomnio, olvídate de Tabarnia y su sorna. Engánchate mejor al Parlament y escucha a Turull. Mano de santo.