Opinión

Madre sólo hay una

Me entristece la frivolidad de los que opinan que Marta Rovira ha huído por cobardía, por evitar la cárcel y por no asumir sus responsabilidades. Nada de eso. No la conozco personalmente, pero me atrevo a intuir que se trata de una valerosa luchadora entregada a la República de Cataluña. Otra cosa es saber qué es la República de Cataluña, pero uno no puede estar en todo. Marta sabía que el juez Llarena le acusaba de sedición, y que entraría irremediablemente en la cárcel. Fue cuando huyó de España. Dejó una carta de compromiso a sus compañeros de partido y se escapó. Huir no significa rendirse. Lo ha recalcado en su escrito. Que se va para convertirse en una voz internacional contra el Gobierno del PP. Marta cree que el PP tiene que ver con la prisión preventiva de sus colegas en la lucha titánica contra la España invasora. Y no. Ha sido la Justicia de un Estado de Derecho la que ha fastidiado la fiesta. Y para colmo, muchos piensan que su huída ha servido de argumento apabullante para que Turull, Rull, Romeva, Forcadell y Bassa hayan ingresado en prisión.

Puigdemont está de capa caída. No se puede ser crítico taurino desde Oslo. Mantener la llama viva de la independencia catalana desde Waterloo sólo sirve para que los imparables dirigentes de Tabarnia monten un número extraordinario de humor y eficacia ante el chalé alquilado del huído. Anna Gabriel, que escapó también con bastante susto ha hecho el ridículo. El juez se ha limitado a imputarla por desobediencia, falta menor que no determina la estancia en prisión. Pero el caso de Marta Rovira es diferente. Se ha ido de España para ejercer de madre buena. Tiene una hija, a la que no ha hecho mucho caso en los últimos años, y desea recuperar el ritmo feliz de la maternidad. Para ello, se ha largado a Suiza, que es lugar de buenas madres. Lo aseguraba mi tía Lorenza Barriobartúa, que fue mujer de curiosas vivencias: «No hay madres como las suizas». La tía Lorenza murió soltera, pero no intacta. Mantuvo relaciones fuertes con un remero de Pasajes de San Juan, Jhonatan Recaldemendi, detalle que garantiza su conocimiento de la vida y sus circunstancias. Cuando agonizaba en el hospital de Rentería, llamó con un hilo de voz a su remero para despedirse como Dios manda. «Jhonatan, no hay madres como las suizas». Y expiró. Como escarpias se me ponen los vellos de los antebrazos cuando lo rememoro.

Marta Rovira no ha dejado a nadie en la cuneta. Sencillamente, que desea ser madre, porque madre sólo hay una. Pero la niña, la hija, no tiene culpa alguna. En todas las catástrofes se producen víctimas inocentes. Esa niña era feliz en Barcelona. Bailaba la sardana divinamente y tenía un grupo de amigos y amigas. Mientras ha durado el «Proceso», la niña se lo ha pasado de cine mudo, sin ver apenas a su madre, entregada a la causa. Y de golpe y porrazo, la madre le dice que quiere recuperar el amor materno, olvidarse de la Estrellada, y vivir con ella en Suiza. Y claro, como es obvio, la niña está destrozada. Tener como madre a Marta Rovira es bonito siempre que la medida impere. En Suiza, y sin nada que hacer, la convivencia se puede convertir en algo terrible para la pobre chica. Porque Marta no es una madre suiza, como las que tanto elogiaba mi difunta tía Lorenza Barriobartúa. Es una madre en Suiza, que nada tiene que ver.

¿Ventajas? El cambio de la humedad por el clima seco. Se acabaron los caracolillos capilares y habrá de acostumbrarse al cabello lacio. Otro inconveniente para la niña. Toda su vida ha visto a su madre con el pelo ensortijado, rizado, y abultado. Y ahora , sin tiempo para adaptarse, cada vez que la madre llegue a casa y le anuncie con júbilo almibarado «Nena, ja soc aquí!», la nena se va a encontrar con una madre sin rizos ni caracolillos, con una madre de cabello lacio, y esas cosas son muy difíciles de asumir.

Quede pues, debidamente consignado y demostrado, que Marta Rovira no ha escapado para eludir la cárcel. Se ha ido de España para ser mejor madre de lo que ha sido hasta ahora, según sus emocionantes palabras. España en general y Cataluña en particular, pierden un talento, un motor de libertad, una política de ideas brillantes y contundentes. Pero el mundo gana una madre. Y madre no hay más que una.

Eso sí, la niña está jodidísima.