Opinión
Enemigo
A los enemigos, ni agua. No es preciso haber leído a Sun Tzu para saber que así se les derrota. Ése es un principio básico del «arte de la guerra» que también se puede utilizar en la vida diaria –por fortuna, en nuestro tiempo ya no suelen ser habituales los frentes de batalla–; otra regla básica es forzar al rival a hacer lo que deseamos mientras evitamos cometer errores que puedan ofrecerle ventaja. Tras las guerras mundiales y la guerra civil española, varias generaciones han logrado vivir una larga y cómoda existencia sin tener que luchar en ningún conflicto armado, sin embargo, hoy abundan las guerras políticas, personales, económicas, etc... La lucha continúa siendo un escenario a través del cual transcurre la historia, y los mismos preceptos que sirvieron a los generales de la antigüedad para conquistar nuevos territorios o defender los propios, siguen siendo válidos para combatir a los contrarios en la vida privada y en la pública. No hablamos de civilizados adversarios, sino de enemigos feroces, opuestos, de aquellos que amenazan nuestra vida familiar, estatus social, posición política... Hay que mantener ocultas nuestras armas, si estamos en situación de pendencia. La contienda solo la puede ganar quien esconde sus puntos fuertes, y engaña al enemigo mientras se informa bien de cuáles son sus partes flacas. Así, sin quizás saberlo estaremos utilizando el concepto de «lleno y vacío» que las artes marciales tomaron de la doctrina taoísta, una sencilla noción matemática que hasta los niños aprenden con naturalidad y que marca la diferencia entre tener y no tener. El engaño formará parte de la estrategia: hay que presentarse disfrazados ante el enemigo. Parecer débiles, siendo fuertes. Estúpidos, siendo astutos. Enmascarar la flaqueza y ocultar las partes poderosas para inducir al enemigo a moverse. Confundirlo con señuelos. Arremeter cuando su debilidad quede al descubierto. En la guerra, suele resultar vencedor quien mejor controla sus emociones. Los generales impulsivos, demasiado iracundos, o incluso compasivos por naturaleza, pierden batallas. El tao de la guerra dice que hay que atacar al corazón (o sea: al principal valor que tenga el enemigo), y a la mente (usando guerra psicológica, propaganda en contra...). Pero es de señalar que, el mayor error que se observa actualmente, es la soberbia tendencia a subestimar al enemigo.
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