Opinión

Nunca, excepto hoy

Nunca antes te lo había contado, era yo una cría. Un Jueves Santo me llevaron, en ruta escolar por Italia, a ver la Piedad de Miguel Ángel. Tanto me fascinó aquella escultura, me pareció tan extremadamente bella que busqué inmediatamente un póster enorme de la obra. Unas horas después, vía telefónica, llegó el mazazo: había muerto mi abuelo Rafael, maldita sea. Al volver a casa comprobé estupefacta que, sobre su tumba, habían colocado una imagen de la mismísima Pietá. ¿Providencia divina?

Nunca visito cementerios. Me vale con pensar en mis preciosos seres queridos ausentes; les imagino escuchando y ayudando desde una realidad paralela, algunos la llamarían Cielo. Alimentar esa idea cándida ha sido siempre una de mis mayores luchas vitales, a ver si acabo ganándola. Querría poseer para siempre la ilusión del niño que piensa en los Reyes Magos, la certeza del devoto.

Nunca he pertenecido a una cofradía o hermandad de Semana Santa, jamás he sido penitente -por expreso deseo paterno- y, sin embargo, el espectáculo del fervor me atrapa. Qué placer íntimo observar, desde una acera anónima de mi tierra, piezas veneradas que avanzan lentamente, mecidas con mimo por grupos de costaleros estoicos, que arrastran sus pies y sus promesas por callejuelas estrechas.

Eso, e inhalar al tiempo incienso, cera líquida y naranjos. Llámale cultura, y añádele a la escena épica madrinas con mantilla, capiruchos de todas las estaturas, velas encendidas con su banda sonora original. La fe mueve procesiones en medio del trasiego constante.

Cuánta belleza encierra la saeta inesperada de un paisano, cantando al paso de su Virgen. La experiencia me conecta inesperadamente con el desgarro, con la emoción milenaria del luto. Mirando los ojos de la escultura venerada necesito pensar que la Piedad está con mi abuelo Rafael, con Arancha (cómo te echo de menos, pequeña) y, por un momento, creo firmemente en Dios. Me excuso entonces y doy las gracias, pido lo mejor para los míos, salud, serenidad... Estoy, estamos en trance.

Ya lo escribió Rubén Darío: «Eso que a nuestra alma inflama, ya sabéis, la Fe se llama». Cuánto beneficio mental produce, después de todo, una procesión de Semana Santa. La vida te da sorpresas, incluso a estas alturas. Nunca te lo habría contado, de no ser hoy Viernes Santo.