Opinión
Rajoy quiere que los suyos muestren mayor fortaleza
Mariano Rajoy mantiene la mirada fija en un desenlace en Cataluña, paso necesario para la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado con la aquiescencia del PNV, que excluye su alineamiento mientras siga vigente el 155. En La Moncloa barajan ahora mismo las fechas de finales de abril o principios de mayo para que haya gobierno de la Generalitat. Cuando se llegue a ese río, los nacionalistas vascos cruzarán el puente. Las discretas conversaciones de Rajoy con Íñigo Urkullu no sólo acreditan una excelente sintonía entre ambos: también han convertido en lugar común, al menos entre bambalinas, el deseo de colaboración. El presidente del Gobierno asume las razones del lendakari. O sea, hay implícita una voluntad de no hacer daño al PNV en sus actuales circunstancias. En cualquier caso, la mejora en las cifras económicas complica la justificación de un rechazo, alega asimismo el entorno presidencial. Si nada se tuerce, y con el apoyo cerrado de Cs, la luz verde a las cuentas supondría un balón de oxígeno que permitiría agotar la legislatura. Mientras espera, Rajoy pisa el acelerador sin disimulo y abona el campo. El aumento de los ingresos del Estado hace posible, además de aconsejable, desplazamientos del presidente con proyectos concretos bajo el brazo. Rajoy ya ha anunciado inversiones en carreteras en Castellón y Alicante, ha inaugurado un puerto tinerfeño y ha adelantado la licitación de nuevas obras del AVE entre León y Asturias. Ese suma y sigue, con la visita este lunes a las obras de un tramo de la autovía A-57, le permite «vender» gestión, también como antídoto contra el auge de Albert Rivera. «El Ejecutivo, BOE en mano, puede mostrar su fortaleza, porque la tiene», trasladan desde hace semanas en las sentinas del PP. «Nos basta con contar lo que hacemos y contarlo bien», añaden. Y así lo creen destacados dirigentes, aun contemplando cómo una parte de su electorado estaría dispuesta en este momento a abandonarlos echándose en brazos de la formación naranja.
Quienes discurren de esta forma han interiorizado la necesidad de «partirse la cara» para explicar con argumentos y razones su posición. Al hilo de esa lógica, el desembarco de José Luis Ayllón como jefe de gabinete del presidente ha impulsado –eso dicen en los predios monclovitas– la agenda nacional de Mariano Rajoy, incluido el recibimiento este jueves de una representación de camareras de piso. Gestos necesarios, a todas luces. Más aún cuando dan por descontado que en los próximos meses la estrategia de la izquierda pasará, una y otra vez, por intentar «calentar la calle» hasta llegar a la misma antesala de las elecciones municipales y autonómicas de 2019.
De hecho, el PP ya ha sentido en sus carnes los ataques. Se hizo patente cuando el PSOE trató de usar a los pensionistas como arma arrojadiza contra el Gobierno. Aquello escoció a los mandatarios populares. A partir de ahí, la necesidad de movilizarse quedó meridianamente clara, así como la de personarse en todos los debates, porque cualquier hueco abierto acaba siendo ocupado por los demás. Y esa es una de las especialidades de la formación de Rivera. La articulación de un discurso potente se hace imprescindible. A ello, a rearmar ideológicamente el partido, pretende dedicarse la Convención Nacional de Sevilla del próximo fin de semana. De paso, la organización mostrará su músculo y cerrará filas con su líder. «Ése es el comportamiento del PP ante la amenaza exterior», señala convencido un importante dirigente rajoyista. «El camino es la lealtad con nuestro presidente, evitando debates arteros que nos quieren imponer desde fuera, como el de la sucesión, y expresar con nitidez el orgullo de pertenecer a una gran formación política, al partido más grande de España», concluye.
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