
Tribuna
El laberinto de emprender en España
La lentitud administrativa se convierte en una losa que impide aprovechar oportunidades


España es un país con una enorme reserva de talento emprendedor. Cada año surgen miles de ideas con potencial para transformar sectores enteros, desde la vivienda hasta la energía o la salud digital. Sin embargo, demasiadas de ellas se quedan en el camino. No por falta de iniciativa o de creatividad, sino por un entorno que todavía pone más obstáculos que facilidades a quien decide emprender.
Iniciar un proyecto en España puede convertirse en una carrera de fondo. Los trámites administrativos son largos, las normativas cambian según la comunidad autónoma y la carga fiscal para las nuevas empresas sigue siendo elevada en comparación con otros países de nuestro entorno. A menudo, un emprendedor dedica más tiempo a rellenar formularios que a validar su producto o buscar clientes. Esa realidad desincentiva la innovación y retrasa la creación de empleo.
La burocracia no solo afecta a las grandes empresas, sino sobre todo a los pequeños emprendedores y autónomos, que no cuentan con equipos legales o administrativos que les ayuden a navegar el laberinto normativo. Cuando un joven con una buena idea necesita meses para obtener una licencia o esperar una ayuda pública que nunca llega, algo está fallando en el sistema.
La frustración de muchos emprendedores no proviene de la falta de esfuerzo, sino del sentimiento de estar luchando contra una estructura que no confía en ellos. En países como Estonia o Dinamarca, constituir una empresa puede hacerse en cuestión de horas. Aquí, en cambio, los plazos se alargan durante semanas o incluso meses. Esa diferencia no solo afecta al ánimo, sino también a la competitividad. Cuando el mercado se mueve rápido, la lentitud administrativa se convierte en una losa que impide aprovechar oportunidades.
Además, la falta de estabilidad regulatoria añade una capa de incertidumbre difícil de gestionar. Las normas cambian con frecuencia, los criterios de las ayudas públicas se modifican y las convocatorias se anuncian sin previsión suficiente. Todo ello genera un entorno en el que planificar a medio plazo resulta casi imposible. El emprendedor necesita certidumbre para invertir, contratar y crecer; sin ella, el riesgo se multiplica y las decisiones se retrasan.
En los últimos años, el ecosistema emprendedor español ha dado pasos importantes: la digitalización ha abierto nuevas oportunidades, han surgido incubadoras y aceleradoras en todo el país y la mentalidad inversora comienza a madurar. Sin embargo, estos avances conviven con un sistema que todavía impone demasiadas trabas. Las buenas iniciativas existen, pero no siempre pueden desplegar todo su potencial por culpa de los procesos lentos, la incertidumbre normativa o la falta de apoyo estable desde las instituciones.
El contraste entre la energía de los emprendedores y la rigidez de las estructuras públicas es evidente. España cuenta con casos de éxito que demuestran lo que somos capaces de lograr cuando el entorno acompaña: startups tecnológicas que compiten en mercados globales, proyectos de sostenibilidad que exportan innovación o empresas familiares que han sabido reinventarse gracias a la digitalización. Pero por cada historia de éxito, hay decenas de ideas que se apagan antes de nacer, atrapadas en trámites, tasas o esperas interminables. No podemos permitirnos perder ese talento.
La educación también juega un papel clave. Emprender no debería ser una opción marginal, sino una posibilidad real dentro del itinerario formativo. Desde la escuela hasta la universidad, deberíamos fomentar la curiosidad, el pensamiento crítico y la tolerancia al error. En otros países, el fracaso se entiende como una etapa natural del aprendizaje. En España, en cambio, aún se penaliza socialmente. Si queremos un país más innovador, debemos cambiar esa mentalidad y apoyar a quienes se atreven a intentar algo nuevo.
Reducir la burocracia, simplificar los procesos y fomentar una cultura de apoyo real al emprendimiento no debería ser un debate ideológico, sino una prioridad de país. España necesita un entorno donde emprender sea sencillo, rápido y seguro; donde los trámites se hagan con un clic y las administraciones actúen como aliadas, no como obstáculos.
El reciente impulso de leyes como la «Ley de Startups» es un paso en la dirección correcta, pero su aplicación práctica todavía tiene margen de mejora. No basta con aprobar normas bienintencionadas: hay que garantizar que lleguen al terreno, que se ejecuten con agilidad y que realmente alivien la carga de quienes están empezando. La diferencia entre un país que impulsa la innovación y uno que la frena está, muchas veces, en los pequeños detalles: un formulario más simple, una ventanilla única que funcione o una respuesta rápida de la administración.
Emprender no es solo crear una empresa: es generar empleo, innovación y futuro. Si conseguimos que las buenas ideas no se pierdan entre el papeleo, España podrá transformar su talento en motor económico sostenible y competitivo.
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