
Apuntes
La leña del árbol caído arde muy rápido
Cuando la izquierda alborota es que algo muy malo tiene que tapar
Mientras los matones de escaño, lo que antes dimos en llamar «vanguardia obrera», arrimaban las antorchas a la bruja ya rapada, embreada y emplumada de Mazón, el Gobierno de la Nación, discretamente, anunciaba la licitación de unas obras anti avenidas en el barranco del Poyo y el río Magro, cuyos proyectos de planificación están presupuestados en 3,8 millones de euros. Parece una cantidad irrisoria si no fuera porque, como recordaba el ex decano del Colegio valenciano de Ingenieros, Federico Bonet, todo el proceso de licitación, incluida la declaración de impacto ambiental, de la intervención hidráulica en el barranco de marras había quedado resuelto en 2012, pero los socialistas en el poder lo dejaron durmiendo el sueño de los justos en un cajón, hasta que caducó. No es que tirar el dinero público a la basura sea un problema para los chicos del puño y la rosa, pero en este caso y, vista la tragedia, parece algo así como un crimen; un delito, además, cometido por motivos ideológicos, aunque con el atenuante cualificado que se aplicaba a los delirantes. Por hacer un resumen de lo que la izquierda lleva más de un año tratando de ocultar en relación con la catástrofe de Valencia, el hecho es que cuando gobernaba el PP se había proyectado la construcción de una vía verde, una canalización, que debía conectar la rambla del Poyo con el nuevo cauce del Turia, amén de otras intervenciones complementarias que hubieran debido aminorar el impacto de la riada y reducir el número de muertos. No en vano, aquella noche trágica, el nuevo cauce del Turia, aunque estuvo al límite, salvó a la ciudad de Valencia de una catástrofe mayor. Pero, en 2018, el entonces presidente de la Generalitat, Ximo Puig, que hoy vive a cuerpo de rey como embajador nombrado a dedo ante la OCDE, se cepilló el proyecto, sustituido por una «Ley de la Huerta», muy ecologista y tal, que pretendía hacer del terreno una especie de esponja gigantesca que empapara las lluvias torrenciales. Los viejos ingenieros de Caminos, Canales y Puertos se echaron las manos a la cabeza, pero frente al delirio perece la racionalidad. El caso es que un día cayó sobre el barranco maldito tanta agua como la que lleva el Nilo y fallaron las alertas, entre otras razones, porque en la Confederación Hidrográfica del Júcar estaban más pendientes de que no se les desbordara la presa del Magro, que estuvo al límite de su capacidad, y se repitiera la «pantanada» de Tous de 1982 –persistente como una maldición en la memoria de todos– que de la crecida del Poyo. Y, ahora, ante esa tozuda realidad que suele hacer añicos el voluntarismo yupi de las izquierdas bonitas, –miren, si no, a los socialistas daneses expropiando las joyas a los solicitantes de asilo para cubrir gastos– nuestro señorito, suponemos que escarmentado, que lo del cambio climático no augura nada bueno, licita lo que ya se licitó. Las obras previstas reducirán algo el riesgo, pero no serán suficientes mientras la conexión entre el Poyo y el nuevo cauce del Turia no salga adelante. Ahí, por cierto, hay una labor política que la oposición debería acometer con la máxima urgencia, por más que el estimado Santiago Abascal parezca más interesado en afianzar la pinza con los socialistas sobre Feijóo que en contribuir a que resplandezca la verdad de lo sucedido en Valencia. Luego ya, si eso…
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