Opinión

FB..

Cambridge Analytica, vía Facebook, ha utilizado información confidencial y filiación de usuarios con fines muy cuestionables. Nos lo han contado con datos y señales. Ninguna novedad, por otra parte. Ya en los años 60, los psiquiatras y psicólogos industriales que trabajaban en publicidad usaban «sondeos de mercado», conocidos desde el siglo XIX, mezclados con la psicología freudiana, para mejorar sus ventas. Existía la convicción de que preguntando directamente a los clientes se podía obtener una serie de datos sobre sus actitudes que tuvieran como resultado campañas de venta más eficaces. Si bien, se encontraban a menudo con la sorpresa de descubrir que la gente «no sabe lo que quiere». O que, incluso si tiene la suerte de saber lo que quiere, no lo dice, y que muchos motivos que impulsan a comprar un determinado producto son de origen inconsciente. Así se sentaron las bases del «análisis o investigación motivacional», que las agencias de publicidad norteamericanas empleaban sin discreción alguna. Tras aquellas operaciones de marketing se hallaba también la urdimbre de una ingeniería social que sirvió a causas tan distintas como la recaudación de fondos para caridad, había iglesias que deseaban atraer a nuevos feligreses, o el político que pretendía seducir a los electores... De modo que no es nada nuevo que se trate por todos los medios de saber qué es lo que la gente quiere, cuál es su motivación, y usar luego esa información para manipular sin que se note. Una maniobra secreta, inmoral y perfectamente efectiva. Como la que subyace tras los datos de Facebook objeto de la reciente polémica. La bicoca que suponen los pormenores privados que recauda Facebook es una mina de oro para quienes pretendan manejar la opinión política (o comercial) de gran número de personas. Poder explotar esa información es un arma de manipulación masiva de consecuencias muy peligrosas. Tengo la impresión de que la mayoría de las personas no es consciente de la valiosa información que pone en otras manos, muy interesadas, cada vez que usa «sus» redes sociales. Recordemos que la ideología también puede venderse como un objeto más de consumo y que, como se puede comprobar cada día, suele ser mucho más sencillo vender ideología que tratar de mercantilizar coches, una marca de ropa... O un libro de filosofía.