Opinión

Tóxico amor

Como si fueran dos concursantes de Gran Hermano, o dos actores de series de televisión, o un futbolista de arrolladoras dotes con el balón y una modelo de «Puer-tollano's Fashion Week», Irene Montero y Pablo Iglesias han anunciado al mundo que serán padres de mellizos. No soy ginecólogo, pero de siempre mis amigos han admirado mi habilidad para adelantarme al anuncio de la gestación confirmada. Detalles que muchos no consideran interesantes. Una eclosión de granitos en la barbilla, una palidez desacostumbrada, un asentamiento en el escaño con mesura y cuido... en fin, claros exponentes de una situación física novedosa. Y desde semanas atrás venía diciendo a mis amigos: «Para mí, que Irene Montero está de buena esperanza». Hasta que su comunicado oficial lo ha confirmado.

Bienvenidos sean al mundo esas dos pequeñas criaturas humanas que crecen en las entrañas de Irene Montero. Para que Bibiana Aído las considere humanas, aún les faltan varias semanas. Bibiana sostenía que una jirafa preñada llevaba en su vientre una jirafita, pero que el «nasciturus» sólo puede ser considerado humano a las veintiocho semanas de gestación. Por fortuna, Irene Montero ha decidido que la luz de la vida entre e ilumine la mirada de sus mellizos, y desde aquí le doy las gracias por su respeto al instinto maternal. En España necesitamos niños, sean de quienes sean.

Irene y Pablo Iglesias no ocultaron sus afinidades de piel. Pero hiere la afirmación de aquella pasión negando la existencia del amor. Se dice en las redes y no termino de creerlo, pero por si acaso, que el 16 de julio de 2017, Irene se opuso contundentemente al imperio del amor, el amor, esa realidad que nadie ha sabido describir con precisión e inteligencia. «No amo a Pablo Iglesias. Sólo me interesa el sexo. El amor es patriarcal y tóxico». Doloroso en alto grado.

El amor, precisamente, y de ello es necesario facilitar noticias a doña Irene, es el causante de la compenetración carnal de extrañas parejas. Uno se pregunta qué le apasionó a Sofía Loren de Carlo Ponti, y la respuesta es el amor. El amor todo lo limpia, estiliza, mejora y abrillanta hasta el desenlace. Sin amor, si por sexo fuera exclusivamente, todo concepto familiar se daría por extinguido al cabo de pocos años. Mi abuelo paterno casó con una mujer bellísima y tuvieron seis hijos. Y mi abuelo materno, que era airoso y atractivo, se enamoró de una mujer muy bajita. Tuvieron nueve hijos y gracias al amor aquella familia se mantuvo. Cuando mi bisabuelo advirtió a don Pedro de la escasa estatura de su novia, Muñoz-Seca le escribió: «No quiero engañar a ''usté''./ Es tan pequeña Asunción,/ que cuando estamos de pie/ me llega hasta el corazón./ Y a mí me gusta la mar/ el defecto que ''usté'' alega,/ pues nadie podrá dudar/ que es una mujer que llega/ a donde debe llegar».

Irene Montero es una mujer muy atractiva, especialmente cuando no habla. Es infinitamente más atractiva en cine mudo que en cine sonoro o en grabación parlamentaria. Pero nadie pone en duda que, al igual que Rita Maestre, lleva en su ser la belleza antigua del denostado pijerío.Y por sexo, permítame esta duda, la elección de Pablo Iglesias como macho de permanencia jamás se habría producido. Es el amor el que ayuda a mejorar, a enaltecer, a admirar y a desear a un tipo como el macho alfa de Podemos. El amor es un dentífrico que blanquea los dientes, un champú que lava las coletas, un estilista que elige las camisas y un detergente que limpia los vaqueros. Eso es, en dosis muy pequeñas, el amor. El sexo es otra cosa. Si Irene Montero fuera sincera, sólo por sexo, hubiera elegido a Bertín Osborne.

Pero sean bienvenidos sus niños, y ella sea anímicamente gratificada por enfrentarse a las malas modas y traerlos al mundo.