Opinión
Jetas
La geta, el jeta, los jetas... Hablamos de un prototipo muy castizo. Si le dicen a usted que España hoy corre el riesgo de perder su identidad, no se lo crea: eso no pasará mientras haya jetas. Y tenemos unos cuantos. Los jetas son como las gobernaciones civiles durante la Guerra Civil y como El Corte Inglés: la estructura de la nación. Aunque la sujetan porque la quieren para ellos solos, claro.
El rico idioma español dice que la jeta es el hocico del cerdo y del jabalí, pero la sabiduría popular enseña que jeta es quien tiene la desfachatez de un gato en una matanza, y la cara de dibororrenio. Al jeta y a la jeta lo de la posverdad les suena a pitorreo. Creen que la diferencia entre verdad y mentira es un simple paso, el que va de una casilla a la siguiente en una lógica continuidad genealógica. Que consuman sin pestañear.
Se saben al dedillo los manuales de lenguaje corporal, y controlan sus movimientos para que nadie pueda acusarlos de mentir con las manos, los ojos, la cabeza o el trasero. O sea. No... Ellos mienten con la lengua, que controlan igual de bien que al resto de sus órganos carnales. El jeta y la jeta, los jetas, incluso se creen lo que están diciendo, porque saben que ésa es la mejor manera de mentir sin que se note. Los jetas son conscientes de que la mentira va contra el fondo de la ley y la moral, y que la mayoría de personas la reprueba por eso, de modo que se andan con cuidado, se tragan la mentira como una píldora, como un molesto nudo semántico, y se crecen con ella, creen en ella. Pasarían la prueba de la máquina de la verdad. Y sacarían notaza en caso de que hubiera una máquina del buen embuste.
Hay muchos jetas, muy bien colocados, por doquier. Mientras la gente decente se acobarda, desanima y sonroja, el jeta le echa un morro que despatarra. El jeta y la jeta siempre son capaces de dar la cara, porque tienen muchísima. Claro que el geta también puede ser el natural de un pueblo escita situado al este de la Dacia. Y a ése, oiga, yo no me atrevo a reprocharle nada...
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