Opinión
La política es un deporte largo
Hubo quien tembló y rabió. Como Rafael Catalá, ministro de Justicia, que llevó al desaparecido Maza a la Fiscalía General del Estado y que puso en marcha la querella contra los líderes independentistas, que Rajoy nunca quiso ver en la cárcel. Hubo quien lloró, o dejó escapar una lágrima, como Ana Pastor, fuerte como un acantilado gallego, pero siempre pendiente del presidente y que quién sabe si tendrá que apechugar con más responsabilidades. Hubo además quien maldijo, en el entorno de la vice Soraya y de Maria Picó, porque como les ocurre a los equipos gafados, todo se torcía, como los 13 golpes en un hoyo de Sergio García en Augusta: la decisión, imprevista, del tribunal alemán, que da aire, por un tiempo a Puigdemont; la situación casi imposible de Cristina Cifuentes y también la decisión de la juez Carmen Lamela que ha procesado, por sedición y organización criminal, al ex jefe de los Mossos, Josep Lluis Trapero, con lo que marca distancias –muchos ven un ajuste de cuentas entre jueces– con su compañero Pablo Llarena, que optó por la rebelión que los jueces alemanes no han aceptado. Hubo, por fin, un cierto ambiente de funeral en los AVE que llevaban a Sevilla a los participantes en la Convención del PP –que además, salvo la dirección, han tenido que pagarse el viaje y el hotel–, concebida para insuflar aire fresco en las filas y votantes populares, pero que los imprevistos han hecho que no se celebre en el mejor momento para el partido que intenta organizar Cospedal y en el que el asunto Cifuentes le hace perder poder. En Sevilla todos hablan del futuro de Rajoy, quien sin duda coincide con ese dirigente de Podemos, que no es Pablo Iglesias, que explica convencido que «la política es un deporte largo», es decir, que queda partido.
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