Opinión

Un pequeño vestido blanco

Uno de estos días celebramos 50 años de aquella fecha verdaderamente histórica en el que una española ganaba, por primera vez, Eurovisión. Aunque a los más jóvenes les parezca imposible la comparación, aquello fue como la tarde que Iniesta nos dio el primer Mundial. Dos acontecimientos que venían a consolar nuestra dolorosa espina de no ser queridos «ahí fuera». Esos dos éxitos, más allá de la entrada en la ONU, el restablecimiento de relaciones con el Vaticano, la visita de Eisenhower o las copas de Europa del Real Madrid, restablecían nuestro orgullo nacional porque nos hacían «los mejores del mundo». Ya sabemos que el Premio Nobel a Severo Ochoa era más grande, pero eso casi no salía en la televisión. Massiel era una chica desconocida que, para más felicidad del régimen, se atrevió a sustituir a Serrat cuando éste impuso la condición de cantar en catalán. Hay muchas lecturas de ese exitazo, pero me quedo con la imagen de aquella española luciendo sus estupendas piernas («muslamen», las llamaría el inolvidable Forges) saliéndoles de un vestido de Courrèges, «une petite robe blanche», se podría decir para regusto de los «fashion victims», con sus precisos zapatos de tacón cuadrado, ad hoc, que dio la vuelta al mundo. El XIII festival más importante de la canción «ligera» lo había ganado una española. Por si eso fuera poca «pica en Flandes», el escenario era el Royal Albert Hall de Londres, donde los Beatles habían «inventado» la música esa misma década. Hay quien pensó: «Ya no es necesario que nos devuelvan Gibraltar».