Opinión
Día de la Tierra
El próximo día 22 es el Día de la Tierra. Con todos sus prodigiosos ecosistemas, la madre Tierra es el hogar de la humanidad. Y está amenazado. El lema de este año es: «Terminar con la contaminación de los plásticos», que representan una de las principales amenazas. Se trata de proteger el ambiente, de conservar la biodiversidad y de hacer uso responsable de los recursos naturales para que el planeta azul siga siendo habitable. Es la herencia recibida de nuestros padres y la herencia que debemos dejar a nuestros hijos. Este tiempo de primavera es buen momento para salir del ensimismamiento y acercarnos a la Naturaleza: penetrar en el bosque o andar por las veredas entre los sembrados aspirando el aroma inconfundible del campo.
Hace diecisiete años algunos tuvimos un sueño: convertir a la hermosa y despoblada Soria en la primera provincia del mundo en la que todos los pueblos y aldeas realizaran la agenda 21 local, cumpliendo lo establecido en la Cumbre de Naciones Unidas de Rio92. Íbamos a ser pioneros. Soria pasaría de la sima a la cima. Fue un bonito sueño mientras duró. Llegó el Príncipe de Asturias, hoy Rey de España, a inaugurar esta Conferencia Internacional, promovida por nosotros, con Amalio de Marichalar a la cabeza. Llegaron expertos y autoridades. Hasta vino a Soria para tan señalada ocasión Maurice Strong, el padre de las Agendas-21, con todas las bendiciones de la ONU en la cartera. Como fruto de aquel acontecimiento, proclamamos en Soria la Carta de la Tierra. La he encontrado hoy enrollada en mi biblioteca. Me la dedicó Maurice Strong de su puño y letra. La tengo ahora entre mis manos después de tanto tiempo. Está escrita con tinta verde, el color, dicen, de la esperanza, y arranca así: «Estamos en un momento crítico de la historia de la Tierra, en el cual la humanidad debe elegir su futuro».
Siento hoy, en vísperas del Día de la Tierra, emoción y tristeza por aquel sueño desvanecido. La crisis económica acabó con la utopía del desarrollo sostenible, y la Tierra sigue maltratada hasta la asfixia. La Conferencia de París no da sus frutos. El papa Francisco predica en el desierto. Y un ejemplo cercano: la Ciudad del Medio Ambiente –yo le puse el nombre–, una lacerante falsificación de lo que habíamos planeado, sigue empantanada en el campillo de Buitrago, al pie de Numancia, junto a Garray, donde se juntan el Tera y el Duero, como símbolo del despilfarro y del fracaso.
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