Opinión
Una parte
El perdón es un don, cuando se otorga. Quien pide perdón quiere que se le conceda un regalo: una dádiva que puede ser muy valiosa, purificadora. Se solicita el perdón a la persona ofendida, o ante la propia sociedad... O a «una parte de ella» como en el caso de ETA, que ha perdido perdón «a una parte de las víctimas». A una parte. Al resto quizás no las considera dignas de ofrecerles su petición de perdón, porque pedir perdón también es un regalo que el ofensor hace al ofendido. No sabemos si este perdón va, pues, dirigido a unas personas muy determinadas que la banda terrorista estima ajenas a su «conflicto», daños colaterales, y por tanto dignas de pedirles perdón. Quizás alude a los niños que asesinó, con edades que iban desde los pocos meses a los 17 años.
La mayoría, muertos por las bombas que puso la banda durante décadas. No sabemos si también entran dentro de esa «parte de las víctimas» a las que se pide perdón los niños que se quedaron huérfanos porque ETA asesinó a sus padres, a veces delante de ellos. Esos a quienes les robaron el resto de sus vidas, aunque los dejaran vivos. Tampoco está claro si en esa «parte de las víctimas», a la que ETA pide perdón en exclusiva, se pueden incluir mujeres, ancianos, enfermos o cualquiera que pasara por ahí casualmente cuando estallaba una bomba de autoría terrorista. De modo que es posible sospechar que, éste del que hablamos, es un perdón limitado, incompleto, imperfecto. La respuesta a tal tipo de perdón suele ser, por lógica, la correspondiente: cuando alguien pide perdón con condicionantes por una ofensa tan grande como es un crimen histórico, la respuesta del perdonante (las víctimas y la sociedad española en conjunto) posiblemente sea también proporcional, rudimentaria y parcial. Así que las relaciones entre los terroristas y aquellos a quienes han ofendido no se restablecerán del todo fácilmente.
La memoria herida de la colectividad no se borra de la historia de forma tan sencilla. El olvido y la reconciliación constituyen un proceso largo que requiere algo más que palabras. Sobre todo, cuando las palabras no son generosas e incondicionales, sino avaras o interesadas. Sin embargo, perdonar siempre es mejor que no hacerlo.
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