Opinión
Esclavas del euro
En 1949, José Luis de Ussía y Cubas, conde de los Gaitanes, donó a las Madres Esclavas cuatro hectáreas y media del corazón de La Moraleja, y les construyó la Iglesia y el convento. A cambio del agradable regalo, las Madres Esclavas tenían una sola obligación. Organizar y acoger los servicios religiosos para los, todavía, pocos vecinos de la urbanización. Posteriormente, el hijo del donante, Luis de Ussía Gavaldá, conde de los Gaitanes, con la aprobación del resto de la familia, ordenó construir la casa del sacerdote titular de La Moraleja, don Marcelino, en la hectárea de las monjas inmediata al Paseo del Conde de los Gaitanes, que fue la que posteriormente, y saltándose el compromiso inicial, las Esclavas vendieron al director del diario «El País» y directivo de Prisa, Juan Luis Cebrián. De la iglesia partía la segunda vía fundamental de La Moraleja, el Paseo de la Marquesa Viuda de Aldama, que llegaba hasta el palacio ocupado y saqueado por diferentes organizaciones comunistas durante la Guerra Civil.
Con la venta de la hectárea de la casa del cura, las monjitas se embolsaron cinco millones de euros.
Tenían las Esclavas un paraíso a su disposición. La sociedad familiar que administraba La Moraleja se hacía cargo de todos los gastos de la Congregación. Y la contrapartida a tan generoso tratamiento no suponía agobio alguno. Don Marcelino oficiaba la Misa a primera hora de la mañana, y los domingos al mediodía. Un tercio del templo para las monjitas y el resto para los fieles, espacios separados por una reja. Las monjitas cantaban bastante mal, pero con entusiasmo. La fachada trasera del convento se abría a una pequeña dehesa de tres hectáreas, con encinas centenarias y jaras, que era el paisaje de La Moraleja.
Hace pocos años, las monjas se mudaron y abandonaron el convento. El motivo no era otro que una operación inmobiliaria. El Arzobispado de Madrid estaba al corriente del proyecto, que comprendía la demolición de la Iglesia y de la residencia y la venta de las hectáreas sobrantes por un valor aproximado a los ocho millones de euros. Es decir, que se pasaban la generosidad de mi bisabuela, mi abuelo y mi padre por el revuelo de los hábitos, contando con la complicidad del señor Arzobispo de Madrid. Con ese tipo de regalos, no es decente hacer tan pingües negocios. Para mí, que por malos que seamos en la vida terrena, los Ussía tenemos reservado un lugar en el Cielo.
El padre de mi bisabuela, María Cubas y Erice, marquesa viuda de Aldama, proyectó, construyó, financió y regaló a las monjas del Sagrado Corazón su preciosa capilla interior del colegio de la calle del Caballero de Gracia, vendido posteriormente. El marqués de Cubas también levantó la cripta de la catedral de la Almudena, y formó parte del equipo de arquitectos que proyectó la construcción de la parroquia del Buen Pastor de San Sebastián. Y así estamos sus descendientes. Con una mano delante y otra detrás, y Montoro al acecho, para mayor suplicio.
Los vecinos de La Moraleja han decidido movilizarse para proteger el complejo religioso. El Arzobispado de Madrid no se ha manifestado con claridad. Preguntado por Lucía Martín, de LA RAZÓN, un portavoz de la oficina de don Carlos Osoro ha manifestado que, en cualquier caso, en la zona hay otra parroquia y colegios con culto para dar servicio religioso a los vecinos. Es decir, que ya sabemos lo que significa «en cualquier caso». Todo depende la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento de Alcobendas.
En 1949, año de la donación, en La Moraleja había muy pocas parcelas habitadas. Y se hizo la Iglesia pensando en el futuro. De aquellas cuatro casas de antaño, a la gran urbanización de hoy con miles de vecinos. La familia Ussía no participó en el estupendo negocio porque malvendió La Moraleja por indolencia. Pero la visión de futuro de José Luis de Ussía y Cubas se cumplió. Lo que no adivinaron ni mi abuelo ni mi padre fue la ingratitud y la codicia de sus agraciadas.
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