Opinión
La penúltima bala del sindicalismo
Pepe Álvarez y Unai Sordo, líderes UGT y CCOO, no esperan movilizaciones espectaculares de trabajadores hoy 1 de mayo. Su objetivo es salvar la cara con cierta dignidad, en tiempos difíciles para el sindicalismo en España. UGT y CCOO, además de trabajar en un entorno laboral muy dinámico, deben apechugar con la cercanía de algunos líderes y militantes catalanes con el independentismo. Hay factores que lo explican, pero pasan factura en el resto del país. En Cataluña, salvo la muy minoritaria Intersindical-CSC, que encabeza el ex miembro de Terra Lliure Carles Sastre, no hay sindicatos nacionalistas ni independentistas, a diferencia de lo que ocurre en el País Vasco, en donde existen ELA y LAB. Eso hace que muchos trabajadores catalanes independentistas estén afiliados a UGT y CC OO y se dejan notar, más allá de lo ambiguos que hayan podido ser sus líderes.
Álvarez y Sordo también tienen otros muchos problemas y apenas les queda munición. Dirigen unas organizaciones que no dieron una respuesta ante una crisis que quizá no entendieron. Incluso Cándido Méndez, el anterior secretario general de UGT, pudo echar más leña al fuego cuando recomendó a Rodríguez Zapatero que se olvidara de la creación de empleo en plena crisis –«es como intentar estimular a un muerto»– y que se concentrara en dar ayudas y subsidios.
El sindicalista aconsejó al líder socialista que con una deuda pública baja –40% del PIB– recurriera a más endeudamiento lo que fuera necesario. Aquello no funcionó y los sindicatos salieron muy tocados de la crisis. Álvarez y Sordo saben que les quedan pocas balas y quieren aprovecharlas. Intentan que UGT y CCOO se adapten a los nuevos paradigmas laborales, que ya no son la fábrica, el convenio y menos el piquete. Los trabajadores ya no son homogéneos y requieren sindicatos diferentes. Además, el malestar social se canaliza por nuevas vías, como las movilizaciones feministas del 8-M o las de los pensionistas, y el reto sindical es subirse a ese tren. CCOO, además, coqueteó en los últimos años con Podemos, con cierta clandestinidad, sin que surgiera nada. Pablo Iglesias y Fernández Toxo, el anterior secretario general de CCOO, se veían con frecuencia, pero no querían que se supiera. Las relaciones ahora son cordiales y más naturales, pero no hay objetivos idénticos. Podemos, por ejemplo, se situará fuera del Pacto de Toledo, en otro intento de arrinconar al PSOE, mientras que CCOO, como UGT, necesita tener voz en la reforma de las pensiones. Por eso, más allá del 1 de mayo, Álvarez y Sordo no pueden desperdiciar su penúltima bala y lo saben.
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