Opinión
Irene Villa
Si hay una frase que me gusta a rabiar, es la que escribió Scott Fitzgerald en El gran Gatsby: «La vida vuelve a empezar cuando refresca en otoño». Qué alivio la sabiduría de la naturaleza, la limpieza del tiempo y qué mensaje de esperanza. Hay frases , como hay momentos, lugares y olores, que van unidos a personas. Ésta frase de Fitzgerald siempre me recuerda a mi querida y admirada Irene Villa. Si Irene no existiera, habría que inventarla porque es una de esas personas que está en el mundo para mejorarlo, y por ende, a quienes lo habitamos. También a los malos, esos que mataron a 855 personas desde 1968, y ahora dicen que lo dejan, cuando hace tiempo que fueron dejados. Irene podría haber sido la víctima que le planearon ser, pero decidió no serlo.
Y no solo se ha conformado con tutear al destino y virarlo del revés, sino que lo ha hecho con el arma más eficaz de las personas inteligentes: con su sonrisa redentora , esa que lo ilumina todo, incluso lo más oscuro del ser humano, ese aciago cenagal que ella conoce muy bien. Y conjugando palabras difíciles como perdón, justicia, memoria. Si existe una definición de buena persona, la enunciación debe empezar por Irene Villa. Hay que recordar a menudo que hay gente extraordinaria porque , tal y como luce el mundo, lo necesitamos, aunque sea por egoísmo. Hay que recordarlo y respetarlo, como a las víctimas. Si erramos en eso y no veneramos la memoria de lo vivido, estamos condenados a ser víctimas, y no habrá otoño que refresque la vida y nos redima.
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