Opinión
Filatélico
Sea recordado el viejo cuento. La orgullosa mujer que enseña a sus amigas su nueva casa. Todo son felicitaciones. – Siento no haber podido mostraros el despacho de mi marido, que como sabéis, es sifilítico-. Y la voz cansada del marido, que desde su despacho, corrige a su esposa:-Filatélico, Gloria Gladys, filatélico-.
De joven fui filatélico, no sifilítico. El coleccionismo de sellos de correo es, probablemente, el más extendido en el mundo. Conocí a Gálvez, conocí a Vicenti, y soy un profundo amigo de uno de los filatélicos que más saben de sellos en el planeta Tierra, Eduardo Escalada Goicoechea, carlista y madridista para más señas. Si me permiten la vanidad, siendo Alberto Nuñez Feijóo director general de Correos y Telégrafos, me fue concedida la Medalla de Oro al Mérito Filatélico, que conservo como ídem en paño. De ahí, que todo lo que tenga que ver con los sellos me interesa sobremanera.
Parece ser que en Correos han decidido imprimir un nuevo sello en homenaje a Don Pelayo. Un senador asturiano de Podemos, con muy mala pinta y peor dicción, se ha opuesto a la edición de la estampilla del rey astur que inició el camino de la Reconquista. El motivo de su oposición es perfectamente respetable, y hasta razonable. Que Don Pelayo era franquista. Que la Reconquista fue la triste consecuencia de una larga persecución a la morería llevada a cabo con métodos propios del franquismo. Y que ni a él ni a su partido le satisfacen estas muestras de franquismo camuflado en el protagonismo de los sellos de Correos.
Por fin, un historiador acertado en Podemos. Al fin, la cultura histórica que sobrevuela las miserias de la cronología. Mucho sabemos, por diferentes versiones, de Don Pelayo. Los historiadores nunca se ponen de acuerdo. Ninguno se ha atrevido a darnos pistas acerca de su estatura, carácter y demás detalles de su perfil humano. Eso sí, todos coinciden en su enorme influencia en la Reconquista, que se prolongó durante varios siglos. Las montañas astures y cántabras no fueron bien medidas por los árabes, y ahí se inició su decadencia. A partir de ahora, ya sabemos que todo se debió al franquista de Don Pelayo, que no pudo ver culminada su obra. Tuvieron que ser sus descendientes, Isabel y Fernando, los encargados de ultimarla. También Isabel y Fernando fueron franquistas, y lo prueba su obsesión por plasmar en su escudo el Águila de San Juan, el Yugo y las Flechas. Pedazo de farsantes.
De cualquier manera, así como los ejércitos nacionales al mando de Franco, vencieron con contundencia y sin dudas en la Guerra Civil, la Reconquista no fue tan exitosa. Es cierto que la morería se sintió tardíamente vulnerada, pero muchos árabes quedaron en España sin ser objeto de molestias y agravios. Y otros, por no volver a los desiertos de sus antepasados, se escondieron y camuflaron hasta que las cosas se calmaron definitivamente. Lo cantó el gran poeta de las marismas del Guadalquivir, Fernando Villalón, también marqués, quiromántico y ganadero de reses bravas. «¡ Islas del Guadalquivir/ donde se fueron los moros/ que no se quisieron ir!». Juana la Loca, que por ser hija de franquistas se mantuvo leal al Movimiento Nacional, y casó con flamenco hermoso, terminó aburriéndose y permitió que los árabes que en España se quedaron no tuvieran problemas. Y lo mismo hicieron los grandes franquistas Carlos I y Felipe II, que se dedicaron más a las cuestiones americanas y el Nuevo Mundo.
Juana la Loca, que estaba zumbada como su apodo indica, fue la primera franquista que proyectó la creación de la Sección Femenina, que siglos más tarde culminó Pilar Primo de Rivera. Como clamaban los políticos a partir de los quinientos asesinatos de la ETA – al principio no decían casi nada-, «ha llegado el momento de decir ¡Basta ya!». Le sobra razón al culto y poco conocido senador de Podemos. Don Pelayo no merece un sello. Un rey cristiano que se opone al poder del Islam en España, no puede ser recordado como un tipo benéfico. Escribo desde el norte. Hoy, cuando termine mi tarea, acudiré con unos amigos a Llanes, ya en Asturias. Llanes se llama así por culpa del franquista de don Pelayo, que de no haber emprendido su calamitosa persecución a los pacíficos y bondadosos hijos de Alá, se llamaría Al-jhafá, o algo parecido. Recomiendo al senador poco conocido y de dificultosa dicción, que emprenda el loable proyecto de adaptar al bable voces, palabras y conceptos del idioma de las víctimas del franquista Don Pelayo. La memoria Histórica lo exige, y hay que terminar con las absurdas y cobardes amnistías. Lo de Covadonga no tiene pase.
Me siento profundamente indignado
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