Opinión

Vesania

Creo que el fascinante concepto de «vesania» ni siquiera tiene una entrada en la Wikipedia. Muy mal, porque la vesania está a la orden del día (familias suicidas, dirigentes políticos desequilibrados, terroristas absurdos, destornillados en general...). La palabra vesania indica un delirante estado de locura o sin razón. Se suele poner a Nerón como ejemplo de personaje histórico presa de la vesania. La palabra latina «vesania» significa algo así como un estado alejado de la salud, insano. Si la salud fuese la meta, digamos que un vesánico personaje se encontraría a años luz de ella, y le resultaría imposible recorrer tamaña distancia. La persona que padece vesania es, pues, una especie de enfermo moral, por lo general atrapado entre la locura y la estupidez, con el entendimiento herido por una suerte de demencia religiosa –aunque no sea religioso propiamente; incluso puede ser ateo–. Muchos iluminados, del pasado y del presente, han padecido vesania, como quien sufre sinusitis.

Y las consecuencias de tal afección han sido terribles. Porque han provocado herejías, guerras, chanchullos internacionales, chifladuras catastróficas, estériles... La vesania siempre va de la mano del fanatismo, el integrismo, la intransigencia, el fundamentalismo... Nunca anda sola. Sus compañías son terribles, como ella, y juntos calcinan lo que pisan. Sin embargo, no hay que desdeñar la vesania a la ligera. La fuerza de su furor puede servir a quien la enarbola como bandera para conseguir grandes fines que serían imposibles de otro modo. Así lo creía Voltaire, que aconsejaba ser un loco para conquistar la fama (religiosa, en ese caso, pero lo mismo se podría aplicar a otros objetivos, desde la política al arte), «pero que vuestra locura sea oportuna en la época que vivís. En vuestra locura debe haber un fondo de razón que dirija vuestras extravagancias y que os haga ser excesivamente terco. Podrá suceder que os ahorquen, pero si no os ahorcan debéis abrigar la esperanza de que os erijan altares». Esa lección parecen haberla aprendido muchos que, hoy día, se dirigen a la conquista de sus altares levantando la enseña de una locura tenaz y trabajadora, capaz de arrasar a contrincantes que carecen de una pasión visionaria equivalente y que, torpemente, desdeñan la fuerza frenética del desvarío vesánico... Sobre todo cuando, además, está bien remunerado.