Opinión

Un chalé

La gente anda revueltilla porque «Look» ha desvelado un secreto inmobiliario. Se trata de un chalé. Se ubica el referido chalé en los límites del Parque Nacional del Guadarrama, tiene casi trescientos metros cuadrados de construcción, una piscina, un agradable jardín y está inmerso en una parcela de 2000 metros cuadrados. Y la gente anda revueltilla porque parece ser, y no escribo que lo sea, que los nuevos propietarios de ese simpático hogar a las afueras de Madrid, son Pablo Iglesias e Irene Montero. No entiendo el revuelo de la gente.

Comprar un chalé por 600.000 euros es legal, siempre que se tengan esos 600.000 euros o la confianza de una entidad bancaria para suscribir una hipoteca. Y los dirigentes de Podemos están en su derecho de mejorar su nivel de vida. Otra cosa es que sus compañeros de partido y militantes del renovado estalinismo muestren su alegría por esta operación inmobiliaria. Yo no la critico. Es más, la aplaudo. Considero que la decisión es valiente y comprometida. Casas de ese tipo, en urbanizaciones inmediatas a Madrid, las hay a decenas de miles. Son muestras del progreso económico español, y cuantas más se construyan y se adquieran, mejor que mejor. Por otra parte, y en lo que concierne a la pareja de Pablo e Irene –Irene y Pablo, que tanto monta, monta tanto Irene como don Pablo–, la crítica adversa hay que encuadrarla en la tradicional envidia española. Creo que han sido ejemplares en el ahorro, en la renuncia al despilfarro y el gasto superfluo. Han demostrado que la suma de dos sueldos del Congreso de los Diputados no sólo garantizan el buen pasar de cada día, sino que una buena administración de esas nóminas da para comprar un chalé. El propietario vende y el cliente compra. Transacción normal, legal y limpia.

La sociedad no puede poner ni un pero a lo que es normal, legal y limpio. El problema les vendrá de la interpretación de los suyos, que no acostumbran a ser excesivamente tolerantes. Tampoco es el chalé primitivo de Oswald en Puerta de Hierro, o la Pagoda de Thyssen en La Moraleja, o el Palacio de Liria en Madrid, o «Villa Almudena» en San Sebastián, o «El Promontorio» de Santander. No. Es un chalé entre centenares de chalés, que limita con el campo libre y se abre a la naturaleza, sus árboles y sus animales. Desde su jardín, con suerte, Pablo e Irene podrán asistir al paso masivo y sorprendente de las grullas que atraviesan todo el continente, desde los fríos nórdicos al lago de Gallocanta y Extremadura. Verán, cada primavera, el vuelo alto de los abejarucos y el amarillo rabioso de las oropéndolas. Y en otoño, las formaciones precisas y preciosas de los ánsares que buscan las dunas y los lucios de Doñana. No son amigos de ser vistos, pero también se toparán en algún atardecer con un jabalí solitario o un corzo desconfiado. Que así es la vida. La cigarra y la hormiga. El despilfarro y el ahorro, la indolencia y el trabajo, que siempre da sus frutos, como los cerezos que ya han florecido en el valle del Jerte, o los guindos silvestres de Liébana, o los limones de Novales. Les aplaudo el gusto, pero no les garantizo la amnistía de los suyos, muchos de ellos enemigos del esfuerzo y enfadados con la humanidad que triunfa.

Lo malo de hablar mucho y hacerlo con rencor, es que las palabras pasadas se pueden revolver contra el que las dijo o escribió. Y creo que Pablo e Irene han hablado demasiado, y los suyos y los otros, pueden devolverles las miserias que todos llevamos dentro. Pero mientras tanto, bueno es que disfruten de la realización inmobiliaria que el ahorro les ha procurado, allí en los límites del Parque Nacional del Guadarrama, que abarca prácticamente todo el norte y noroeste de la provincia de Madrid.

De golpe, la ametralladora. No hay que asustarse. Se trata de una perdiz que ha decidido levantar su vuelo. Enhorabuena.