Opinión

Manual del chalé mono

Lo cierto es que su título completo es «Manual para mantener su chalet mono y limpio», del que es autor don Dámaso Horcajillo, el que fuera fundador de la razón industrial «Barbacoas Horcajillo», allá por los cuarenta del pasado siglo. El opúsculo, joya de la bibliofilia inmobiliaria, obra en mi poder desde que lo descubrí y compré en la Feria del Libro Antiguo de Santander. La biografía resumida del autor dice así: «Dámaso Horcajillo Sierrapando. Los Corrales de Buelna 1897-Madrid 1956. Administrador de Fincas titulado. Encomienda del Mérito Agrícola y vocal del Comité de Inspección de Jardines. Socio fundador de “Barbacoas Horcajillo”. Directivo de la Gimnástica de Torrelavega. Otras aficiones: Lectura, maquetista de modelos náuticos y la petanca. Casado con doña Prudencia Gamos de Prada. Sin hijos».

Don Dámaso aprovecha el nacimiento de las urbanizaciones en España para adoctrinar a los agraciados propietarios. Fundamental su recomendación inicial: «Un chalet (sic) no es un piso. Es un lujo que hay que cuidar. Y para mantenerlo mono y limpio, es imprescindible recibir exclusivamente a amistades de probado aseo, honestidad y temerosas de Dios». En 1943, la escala de valores no era la misma que en la actualidad, y hay que interpretar los textos de don Dámaso adaptándose a sus tiempos. No era partidario de las piscinas. «Eso moderno de las piscinas particulares perjudica gravemente la armonía de un chalet. En los meses estivales, los chalets con piscinas son visitados por amistades poco recomendables, que visten extraños e inmorales trajes de baño y aprovechan el agua de la piscina para su aseo personal, infestándola de toda suerte de adherencias corporales y nocivas bacterias».

Las piscinas de aquellas calendas carecían de depuradora, y eran efectivamente, una porquería. Se disputaban el agua las ranas y los bañistas. Pero hay que aceptar la recomendación de don Dámaso que se adelanta 75 años a una realidad estremecedora. Por honda que sea la amistad, Pablo Iglesias e Irene Montero habrían de vigilar muy mucho el sentido de la higiene de sus invitados al chalé de La Navata. Monedero, Mayoral, Espinar y un largo etcétera de contumaz y demostrada indolencia profiláctica. Más aún, cuando en el chalé con piscina hay bebés.

Don Dámaso desconfía de los rosales en el jardín – por las púas en sus tallos–, y de los macizos de begonias, que hacen las delicias de abejas, avispas y tábanos. Es partidario de las hortensias y las alegrías de Guinea. Descarta las enredaderas, por los nidos y colmenillas de los inquietantes y zumbadores insectos himenópteros y se muestra partidario de los muros enladrillados sin adorno vegetal alguno. Eso sí, es partidario de colgar de los árboles del jardín nidos artificiales. Y en este punto, don Dámaso se muestra cursi: «Nada más bello que el vuelo del jilguero, el canto del ruiseñor, los saltos del reyezuelo y el despertar de los herrerillos». Tomen nota Pablo e Irene de esta documentada recomendación ornitológica.

Y don Dámaso es enemigo a ultranza de la escasez de cuartos de baño en los chalets de aquellos tiempos. En ese aspecto, es también un adelantado a su época. «Un chalet debe tener un cuarto de baño por cada habitación. El cuarto de baño común produce extralimitados recelos de cercanía con los usuarios del mismo».

«Poseer un chalet es distintivo de familia señorial. Lo mucho que se disfruta conlleva el amargo peso de la envidia. De ahí, que lo más importante es saber elegir a los amigos invitados, renunciando a los cleptómanos, a los que perciben cantidades de oscuro origen, a los que no conocen el verdadero trabajo, y a los que se bañan sucios y usan de palillos para liberar de las rendijas interdentales los restos de las gambas que abundan en las paellas. Y en el caso de decidir la instalación de una barbacoa de obra, lo acertado es elegir “Barbacoas Horcajillo”».

Le enviaré una fotocopia a Pablo e Irene, por su bien, claro está.