Opinión

Réplicas

La discusión sobre diferencias entre copia, «homenaje» y plagio es clásica. Lo ha sido hasta ahora, sobre todo, en el ámbito de las artes, especialmente la literatura, que debatía de plagio e «intertextualidad». Entre uno y otra media la distancia que hay entre la semiótica y el Código Penal. Mientras la copia parece asunto para una divagación intelectual propia de Derrida o de Mijail Bajtín, el plagio (de productos de alta costura, por ejemplo) es tema del que, hoy, se ocupan las leyes que (se supone) protegen la propiedad (intelectual). Claro que, en esta nueva era que hemos comenzado, el asunto de la propiedad ya no es lo que fue. Y mucho menos si nos referimos a la propiedad «intelectual». Intangibles como «lo intelectual» carecen de crédito y respeto en este mundo materialista que sin embargo promueve la desposesión (para las masas) de bienes materiales importantes, donde por doquier se promocionan las ventajas de no tener propiedades, y se nos incita a «compartir» la casa, el coche, los servicios básicos...

De hecho, se penaliza la propiedad porque se la grava con impuestos a veces insostenibles (hay quien no puede mantener una casa, aunque ya no esté cargada con una hipoteca; quien no puede permitirse aceptar una herencia, etc.). La no-propiedad tiene el atractivo de la «libertad», aseguran las tendencias en mentalidad colectiva, junto con las etéreas leyes actuales. Es curioso cómo la última revolución tecnológica ha traído consigo un cambio de paradigma: hasta ahora la propiedad era garantía de libertad (para los economistas liberales, al menos), mientras que en la actualidad la propiedad presumiblemente resulta ser una atadura. Todo ello, junto con la facilidad para copiar que ha propiciado la tecnología, está haciendo que vivamos en un mundo de copias industriales descaradas, aceptadas, incluso deseadas. Unos pocos inventan, otros muchos copian y venden: hacen el auténtico negocio. Los supermercados están llenos de ejemplos, productos baratos que imitan a otros más caros y casi igual de buenos. El descaro de la copia industrial es tal que recuerda a esos poetastros que han escrito toda su obra con los versos de otros, justificándose en que «nada ha sido creado de la nada», nada es original: figurantes a veces insignes cuyas «Sobras Completas» podrían titularse «Corto y Pego con Mucho Morro».